Jesús ha superado el tiempo, ha superado los siglos y unido la historia más que dividirla. Es el artífice de la vida que esperamos y viene; la vida posible de la paz y del bien. Jesús es el salvador, el redentor…
La historia de la cristiandad tiene entre sus tesoros algunos objetos de Jesús que recuerdan su presencia en la tierra, su martirio y su gloria.
Dios envió a su hijo en medio del mundo que creó, del mundo insensato y cruel, descreído, soberbio e indiferente, de miserias y aflicciones lleno pero con esperanzas y logros también. Sabía de las inconsecuencias de los hombres, de cómo habían desconocido su voluntad, de cómo se extraviaban en crímenes, robos y guerras a lo largo de los siglos, el bien y el mal enfrentados.
Jesús, condenó la hipocresía, la mentira y el pecado del hombre; condenó la rigidez de la ley, mal interpretada y aplicada; la ley inequitativa e injusta. Resumió los mandamientos en uno solo: “amaos los unos a los otros” síntesis perfecta de todo, porque no hay nada superior al amor.
Entre el Jesús del pesebre y el Cristo crucificado hay una sola verdad, una sola misión. Su entrega, la generosidad, la lección de su presencia ante los hombres. Jesús en la gloria de su nacimiento y en la gloria de su muerte; Jesús en la victoria y en la gloria de la resurrección.
La presencia santa del Señor puede ser analizada de distintas maneras: en la religión, en la filosofía, en la ética, en la historia, en la geografía, en la virtud y en el futuro.
Jesús es un hombre vigente, del pasado desde luego, del presente, pero definitivamente el futuro que necesitamos. Jesús para los musulmanes fue un profeta; Jesús para el budismo fue un iluminado; para los judíos era un rabino o un maestro; y para nosotros, es el Señor, es el Mesías, el hijo de Dios vivo, nuestro Señor y salvador.
Jesús ha superado el tiempo, ha superado los siglos y unido la historia más que dividirla. Es el artífice de la vida que esperamos y viene; la vida posible de la paz y del bien. Jesús es el salvador, el redentor…
