El Perro o Yo

José Félix Díaz Bermúdez

Cuando Jean Marcel conoció a Claudette una tarde de enero mientras el invierno estaba presente y esperaban que llegara el comienzo de la primavera, no sabía lo importante que era para ella el afecto hacia los animales ni tampoco ella el motivo de su rechazo.

En sus hábitos, en sus costumbres, había sido un hombre que evadió toda la vida la obligación de tener y compartir con estos seres que motivan alegrías, emociones, sentimientos y se había dedicado de manera exclusiva a las personas, a la familia, a sus amigos. Sin presentirlo, ante esa circunstancia, con ella advirtió un horizonte diferente tanto como de sí mismo.

En su gran sofá verde se sentó para meditar sobre aquella conversación que tuvieron en la cual Claudette la anunció que iba ha estar con él siempre y cuando estuviera a su lado un perro quien seríar testigo y fiel garante de su vida juntos.

De paso, ahora comprendía Jean Marcel la razón por la cual no llegó a visitarle Lorraine quien exigió también con toda la emoción femenina la presencia de un gato en el encuentro amistoso que planificaron sostener.

  • Nunca deja de sorprenderme las cosas. Lorraine -así como Claudette-, es una mujer maravillosa pero en realidad tenía un problema, un extraño hiperapego con su gata peluda, que dormía con ella, que no se le separaba ni un momento y a la que había criado desde el primer día. La gata no conocía un jardín, no salía a la calle, no se relacionó con los demás felinos. Con razón ella me decía que la gata era su hija…, reflexionaba Jean Marcel en su sillón.

Ahora se daba cuenta, gracias a Claudette, de un rasgo inadvertido de su personalidad, su cinofobia y por ello buscaba alguien sin perros, sin gatos, sin otras mascotas amenazantes y que por ello se había quedado solo.

Es el caso que había sufrido por ellos en distintos momentos a lo largo de su vida: al llevar a un portal, al entrar a una casa, al encontrárselos de frente. Esos seres también como él de la naturaleza, le gruñían, le ladraban, se le encimaban como si fuera un ladrón o como si fuera pordiosero.

  • No quiero un animal, no quiero terminar siendo: “el esclavo del perro”, se decía.

Tener un perro para muchos es un ser familiar que merece grandes cuidados y atenciones, y si no me lo creen, vamos un día a viajar para España donde ser perro vale la pena: casas para ellos; sitios reservados en los parques; lugar para que hagan sus necesidades o permanezcan amarrados y seguros en las entradas de los comercios; peluquerías, duchas, escuelas y paremos de contar. Hay sociedades en las que el perro tiene jerarquía; el gato igualmente y más si es de raza persa porque es una divinidad viviente.

No me había cuenta como lo observé en nuestra: “madre patria”, a despecho de algunos que reniegan de ella, la elegancia de los galgos, la nobleza canina que se exhibe junto al dueño que los pasea orgulloso con particular lucimiento, refinamiento e hidalguía.

En Francia, el país de Jean Marcel, no sabemos cómo pudo sobrevivir allí donde los perros son tan importantes y donde muchas personas los veneran inclusive con preferencia a los niños.

Este francés pues, amigo mío, es un caso para la psicología, un potencial paciente de haber vivido en ese tiempo el mismísimo Freud quien habitó en Paris en un edificio en las proximidades del Jardín de Luxemburgo.

Jean Marcel debe pedir disculpas por sus miedos; debe pedir perdón por sus complejos. Me señaló que no quería ser tomado como un cobarde ni el peor enemigo de los animales pero como se consideraba un ser humano exclusivista, me indicó que prefería convivir con su especie.

  • No quiero herir la susceptibilidad de aquellas personas que piensan que nada como un gato y su ternura; nada como perro y sus cuidados hacia el dueño, cariño merecido que respeto pero por el cual no quiero competir…, me refería al momento de explicar su situación.

  • ¡Ay mi dios…! la verdad es que estoy metido en muy serios problemas hasta el punto que me están diciendo: “el perro o yo”.

En parte comprendo lo que le está pasando a Jean Marcel y me pongo en su lugar por solidaridad masculina: perros y gatos, gatos y perros, por este tema no se debe vivir como perros y gatos, y hay para colmo gente tan extravagante que hasta serpientes tiene.

Los animales, seres irracionales, tienen también sus problemas y sus riesgos. Los gatos…, su pelambre, suave y delicada, sigilosos, callados y de pronto se te meten entre las piernas o se te montan en la cama cuando ya estás dormido y te los encuentras cara a cara al despertar en vez a tú bellísima mujer en la mañana. Igual y peor es el caso de los perros, ellos que se creen con derecho de espantar a los visitantes y no dejarlos conversar.

En su inocencia o ignorancia algunos se orinan en todas partes y depositan su excremento en cualquier lugar si el dueño no tiene la atención de llevarlos regularmente a un sitio apropiado con muchos árboles y flores. «No saben lo que hacen…» y otras veces tampoco nosotros.

La cosa se complica y ahora mucho más si hacemos un análisis de las razones de Jean Marcel y su relación con los honorables perros contra los cuales es mejor no emitir un concepto inconveniente sí no quieres ser lapidado en una plaza pública entre tantos adeptos que lo consideran, y no lo dudo, como: “el mejor amigo del hombre”.

En cierta forma entiendo lo que está pasando Jean Marcel. Cuando era niño fui víctima de un perro peludo, gris, muy bravo, un salvaje con patas que amenazaba a un niño de 5 o 6 años. Nunca en mi vida había corrido tanto hasta el agotamiento hasta que el animal logró alcanzarme y clavar sus afilados dientes en mis flacas piernas.

Lo peor de todo esto no fue tan solo el perro sino su dueño que nada hizo para controlar al agresivo cuadrúpedo y se puso tan violento como el mismo cuando se le reclamó lo sucedido. No recuerdo bien si el perro se llamaba Napoleón o sí era el nombre del dueño, flaco favor en cualquier caso al emperador de los franceses que no merecía tal afrenta provenientes de tan indebidos tocayos.

Jean Marcel está en el borde de un colapso, tiene de ahora en adelante un reto singular: aprender a convivir con el reino animal en todas sus formas posibles para ganarse la voluntad de la dama; debe aprender que en este mundo el animal no es solo él. Qué disculpen al pobre Jean Marcel los dueños los perros, de los gatos, de los loros, de los porcinos y de los conejos y de cuanto reptil, cuadrúpedo, ave o insecto pudo caber en el Arca de Noé quien debe ser considerado el patrono de los animales y otros seres vivientes.

Lamentablemente, existimos seres que no hemos completado en este plano la evolución como animal, lo aceptamos, pobre Jean Marcel y pobre yo. El perro es el mejor amigo del hombre, a veces, pero lo contrario para nuestra desgracia es nuestro caso, y lo peor de todo ya nos lo dijo Hume: “El hombre es el mayor enemigo del hombre”.

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Kelly

    Totalmente de acuerdo. Excelente escrito Doctor!

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