Una Nueva Bastilla

José Félix Díaz Bermúdez

El pueblo de Francia, sus instituciones, su gobierno, han celebrado el pasado 14 de julio un aniversario más de un hecho de extraordinaria y decisiva significación histórica: la toma de prisión la Bastilla.

Era el año de 1789. Desde días anteriores al 13 de julio, la intranquilidad de la población se evidenciaba. París se encontraba agitada, descontenta y resuelta: su pueblo padecía sin pan numerosas estrecheces. La gente desesperada por situación tenía a su favor todas las justificaciones que le permitieron reaccionar ante la indolencia y la incapacidad de los poderosos, la monarquía que les sujetaba al poder omnímodo del Rey y de su corte.

Bastille-1702-Manesson-Malet.

Por un lado, apareció el monarca y su sistema, sus agentes y guardianes que asumieron que los hechos se producían como resultado de las acciones de una turba despreciable, sin dirección y sin propósitos, a la cual se debía reprimir a toda costa con las tropas a su incondicional servicio.

Por su parte, la Asamblea Nacional que, en cambio, se había erigido ante la crisis del país bajo la forma de Estados Generales, tuvo que afrontar las delicadas circunstancias ante la exigencia creciente de entender y asumir una nueva realidad política y social, amenazada como estaba de ser disuelta por el abolutismo.

Este cuerpo nacional estaba dispuesto a tomar decisiones y alertaba sobre las intenciones de la corte de reprimir al pueblo; de someterlo una vez más a los caprichos e intereses dinásticos mientras que se imponían las circunstancias del momento y se trataban de encontrar las mejores opciones para la Nación.

“¡El silencio de los pueblos es la lección de los reyes!”, indicó Mirabeau ante la Asamblea expectante. El Rey, por su parte, tuvo gesto inusual y momentáneo de afirmar: “Tenéis temor: me pongo en vuestras manos”, pero, sin embargo, las discordias entre el pueblo y el régimen eran ya definitivas, irreconciliables.

La amenaza monárquica de detener a los diputados y lanzar a las tropas contra las muchedumbres de París resultaba inadmisible y estimularon el valor de la gente que impulsó sus acciones. La presencia de Regimientos Extranjeros se oponía a las aspiraciones populares; se temía igualmente la disolución de la Asamblea y se puso de manifiesto el plan militar de cercar a París por siete puntos para repeler y masacrar a los ciudadanos. No obstante, ello, los Guardias Franceses testimoniaron no estar dispuestos a seguir obedeciendo a Luis XVI.

 

Bastille-1789-Demolition.

El pueblo decidido, el pueblo valiente, el pueblo con honor y patriotismo, tomó la determinación de marchar con paso indetenible y logró a fuerza de valor y dignidad, imponer su superioridad, hacerse con fusiles y cañones en el cuartel de los Inválidos, y en medio de sus actos heroicos, no se escuchaba otra consigna que: “¡A la Bastilla! ¡a la Bastilla!”.

La prisión mencionada era símbolo de la opresión, del despotismo, de la injusticia, de la muerte. Allí terminaron sin procesos y sin juicios tantas vidas; allí el crimen era el dictado castigador de la tiranía.

Bastille-S.-XVIII.

Hasta la Bastilla llegó el pueblo de Paris, logró batallar largas horas y alcanzar el edificio, asediarlo, rodearlo, conquistarlo y apoderarse mismo, lugar en el que el terror se había erigido durante varios siglos.

Aquel 14 de julio evidenció la condición admirable del pueblo para cambiar la historia y castigar a sus verdugos y asesinos. La justicia reivindicada representó otra vez en la historia de manera ejemplar la derrota de la tiranía.

Bastille-Chereau-Jacques-Simon-1887-1808.

Con la caída de la Bastilla se posibilitó aún más el camino de las reformas, de una nueva legislación y situación política que determinó el establecimiento de la libertad, la conquista por parte del pueblo de sus derechos, la auténtica Revolución indetenible que transformó de manera cierta y profunda la historia universal.

Los puentes de la prisión cayeron ante el impulso del pueblo indetenible que había tomado para sí fusiles y cañones. Las armas eran suyas y no ya más de sus tiranos.

Los tiranos y los opresores son seres inferiores indignos y cobardes que colocan delante de ellos para enfrentar y someter a la Nación a sus victimarios.

“¡Queremos entrar a la Bastilla!”, gritó la multitud. El pueblo no se rindió a pesar de los disparos de los mosquetes, y cuando a fuerza de carácter logró acceder al patio, alcanzó su objetivo y entonces una voz general se escuchó: “¡Victoria! ¡Victoria!”.

La caída de la prisión de la Bastilla es un símbolo universal. Los opresores tiemblan ante ella cada vez que los pueblos despiertan, se levantan y destruyen sus ambiciones ilícitas para reconquistar sus derechos sagrados.

La Bastilla cayó y como ella todas las Bastillas de entonces; todas las Bastillas del presente, todas las Bastillas del futuro, las que han levantado y las se erijan por desgracia aún.

Tantas Bastillas aún existen: Bastillas enemigas de los ciudadanos; las Bastillas enemigas de la soberanía popular y de la Ley; Bastillas de ambición; Bastillas de violencia; Bastillas de delitos; Bastillas de complicidades y de odio; Bastillas donde la tortura se realiza, se sacrifica al inocente.

Cada nueva Bastilla que surgiese, caerá por infamante. La verdad, la justicia, la conciencia del pueblo, más temprano que tarde. las hará sucumbir. Sus muros no resisten al clamor de la Naciones, la voluntad republicana, la fortaleza democrática, los pueblos que defienden y merecen sus derechos y libertades.

El derecho es el resguardo de la libertad y la justicia es su propósito. Un pueblo con valores es el guardián dignificado de sí mismo.

El 14 de julio es la lección indetenible de los pueblos sublimes que construyen su irrenunciable historia.

jfd599@gmail.com

Imagen principal: La Prise de la Bastille, De Raffel, 1889.

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