Humberto Mendoza D´ Paola
Estar nuevamente en nuestra Universidad Central de Venezuela hizo retrotraer tantas vivencias a la vez, como torrentes de cielo que no sabes cómo canalizar porque quieres aprovecharlo todo; y no sabes por dónde decantarte, si por los primeros días en la Plaza Dr. José María Vargas, antes estacionamiento de la plaza del Rectorado, donde llegué a buscar un cupo universitario injusta e ignominiosamente negado bajo la casilla de no bachiller.
Arriba: edificio de la Biblioteca Central de la UCV. Abajo: la Plaza del Rectorado y el Reloj.
Eran los meses finales de 1976 y arribé a Caracas en busca de sueños, no solo el poder estudiar en la universidad de mi padre, lejos de la Católica, cual meses antes, al ir a presentar examen de admisión –el cual pasé sobresalientemente– me pareció volver al colegio de los curas jesuitas que tres años antes me había injustamente expulsado del Javier, ya no colegio sino liceo rescatado financieramente por el gobierno.
En el Comité de preinscritos me encontré con todo un mundo nuevo, la ciudad en su inmensidad, los autobuses que tomábamos para mitinear, las radios donde nos entrevistaban, compañeros tan jóvenes o menos que nosotros, pero con distintos acentos, modismos y costumbres, las asambleas en la Sala de Conciertos, en la Sala E de la Biblioteca Central, el Aula Magna, los pasillos y auditorios de las facultades.
Foto: Aula Magna de la UCV.
El reencuentro con la pintada de pancartas y elaboración y pega de afiches; todo lo que culminó con un larguísimo viaje a Mérida para representar a nuestro Comité ante un encuentro nacional de preinscritos.
Después de mucho bregar en el Comité Nacional de Preinscritos, recorriendo todo el país desde Mérida pasando por el Táchira regresando a Trujillo parando en mi natal Estado Lara, dirigimos la mirada al Zulia, siempre difícil para cualquier meta que alguien se imponga, no solo por las condiciones geográficas y su inmenso calor, que al final de cuentas resulta poco frente al que transmite su gente, su forma de hablar de planteamientos francos y directos. La Universidad del Zulia nos recibió con los brazos abiertos y pudimos llevar nuestro mensaje a los preinscritos sin cupo que aspiraban a ingresar a tan prestigiosa casa de estudios: muchachos del Zulia, de Trujillo, Lara, Yaracuy, Cojedes, Nueva Esparta y Sucre, inclusive desde la misma Mérida y el Táchira, pues el prestigio de la Universidad del Zulia atraía a bachilleres de todo el país. Formado un movimiento nacional que llegó a agrupar no sólo a vanguardias politizadas nucleadas alrededor de la Universidad de Oriente, Universidad Central de Venezuela, Universidad de Carabobo, Universidad Centro Occidental, Universidad del Zulia, Universidad de los Andes y, los núcleos de las diferentes universidades constituidas en el estado Táchira; El CNU -Consejo Nacional de Universidades- y demás autoridades universitarias, llegaron a la conclusión de que había que atender las demandas del Comité Nacional de Preinscritos y comenzar un proceso de regularizar su presencia en las distintas universidades, ya que nuestra lucha había cambiado de la calle y las plazas internas de nuestras universidades a las aulas de estudio en las cuales acudíamos como oyentes, dejando constancia de que por ese hecho no abandonábamos nuestras legítimas aspiraciones de ingresar formalmente a las universidades a través del mecanismo de inscripción por las respectivas oficinas de control de estudio. Así logramos que al menos quince mil (15.000) de los cuarenta y siete mil (47.000) rechazados, ingresábamos al sistema de Educación Superior de las principales universidades del país y que el resto ingresase a los politécnicos, institutos universitarios, pedagógicos y demás institutos de Educación Superior a los cuales cada vocación y posibilidad permitió que los bachilleres escogieran. Algunos desertaron.
Foto: Abajo, entrada principal de la Escuela de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV.
Yo logré ser inscrito en la Escuela de Derecho de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UCV, donde ya venía asistiendo como oyente y de donde ya me había expulsado su Decano, entonces el Dr. José Alberto Zambrano Velasco, un hombre bueno a quien le expresaría tardíamente cuánto mucho sentí el haber tenido que enfrentarlo de una manera ruda y agresiva en mi campaña por el ingreso en la Universidad, como el día cuando sesionaba el Consejo de la facultad en la sede del Instituto de Ciencias Penales y Criminológicas, ubicado en la segunda planta de nuestra escuela frente al aula 14, para tratar el caso de los preinscritos. Al enterarnos los integrantes de movimiento estudiantil que esperamos fuera, del resultado negativo, introdujimos al recinto dos cornetas de perifoneo conectadas a una poderosa planta de sonido y me tocó a mí comenzar con los discursos cuestionadores, condenatorios y de muy alto tono en contra de los miembros del Consejo de Facultad a quienes acusamos de “manga” de copeyanos insensibles ante unos estudiantes que tan solo procuraban el ingreso a la Facultad en pro de una vida mejor (al menos yo así lo creía). Mientras yo continuaba mi discurso altanero y altisonante, el Consejo de Facultad decidió abandonar la sede improvisada y el doctor Zambrano con mucha dignidad fue el primero que lo hizo y, mientras yo prácticamente lo insultaba por razones políticas, él me contestaría: “usted se pasó, queda expulsado…” A lo cual mis compañeros preinscritos comenzaron a festejar, a brincar y bailar, puesto que me decían que para poder expulsarme tendría que haberme inscrito y aceptado como estudiante de la escuela de Derecho. Hecha las paces con Zambrano, le relaté este hecho del cual él no se percató y, de buenas ganas, rio y me dijo: los vamos a inscribir, se merecía la expulsión pero también se ganó el cupo.
Ya formalmente inscrito, tomé mucho más en serio mis clases de de Derecho, con profesores del prestigio de don Rafael Pizani, el gran Rector de la UCV y ministro de Educación, quien se mantenía impecable en su Cátedra de Introducción al Derecho, llegando a la puerta del salón diez (10) minutos antes de las 8:00 de la mañana, hora en que comenzaba su clase. El maestro Pizani, quién también fue profesor de mi padre 31 años antes y del Dr. René De Sola 37 años, nos llamaba a Irene De Sola Lander y a mí: mis nietos. Nunca perdí una sola clase con el Maestro, pues lo consideraría una gran ofensa a su figura, a mi padre y a la Universidad. Creo que ninguno de los compañeros con quienes mantengo contacto tampoco faltaron. Pizani nos hacía fácil lo complejo de Di Giorgio, de Recasens Siches, de Carlos Cosío, de Radbruch, Kelsen, Karl Schmitt y muchos otros; de la Teoría Pura del Derecho y del Ius Naturalismo. A quienes veníamos de un bachillerato deficitario y para colmo en Ciencias, se hubiera tornado imposible de no ser por la formación de nuestros padres y amigos de discusiones filosóficas políticas, aparte de lo sencillo, dentro de lo denso de sus explicaciones que nos transmitía el Gran Maestro.
Foto: Arriba, el recordado profesor Rafael Pizani.
Foto: Abajo de izquierda a derecha: Irene De Sola, Humberto Mendoza y Ana Josefina Dávila de Cruz.
A primera hora, antes de la clase con el Dr. Pizani, a las siete en punto de la mañana, teníamos clase de Derecho Constitucional con un personaje cuyo nombre nada nos decía en ese momento: era un hombre moreno claro, de estatura media, delgado y con una barba que si acaso se notaba. Su nombre: José Brito González. Su procedencia: el Instituto de Estudios Político creado por el Maestro Manuel García Pelayo y dirigido por Juan Carlos Rey. Brito González era un profesor duro, difícil y curvero, pero que se adentraba a fondo en la Teoría General del Estado. Gran expositor y señalador de las mejores bibliografías en las cuales consultar -todas disponibles en la Biblioteca de la Facultad-. A pocos de mis compañeros les gustaba, lo consideraban muy frio y demandante. Desde allí supe que mi futura comadre De Sola no sólo era hija de René sino una gran estudiante; descubrí a una joya enmascarada en una cara de niña con dos trenzas que acentuaban su timidez pero quien luego nos demostraría todo su inmenso talento para el Derecho, las artes y sobre todo, el don de gente y la amistad. Creo que después nos ha superado a todos: me refiero a Maritza Mézaros.
Con José Brito González, para mi quizá el más denso y profundo de todos nuestros profesores, senté las bases para avanzar durante todos mis estudios y mi posterior carrera, con el Derecho Constitucional por delante. Sin duda uno de mis mejores profesores a quien recuerdo con alta estima y sólo lamento que nunca nos permitiera acercarnos más a él.
Foto: arriba, Maritza Mészáros Reyes, en sus primeros años en la Escuela.
Tuvimos la fortuna de tener como profesor de Derecho Romano I, a don Sebastián Artiles, oriundo y prócer de Macuto, Departamento Vargas, el favorito de toda la clase. Dicharachero, con una esplendorosa sonrisa, entre cuento y chiste nos enseñó con el mayor rigor las Instituciones del Derecho Romano. Recuerdo fielmente el primer día de clases (creo que en el aula 7). Nos preguntó: Ustedes porqué escogieron estudiar Derecho? Y comenzaron las intervenciones plenas de lugares comunes, comenzando por uno de nuestros oradores: Luis Horacio Ugarte Sperandío: “para luchar por la justicia, la defensa de la propiedad privada, de la familia ….; luego otro: para llenar de sangre e ideas nuevas a nuestro anquilosado poder judicial; otra: por la justicia y la paz; Yo: porque no me gustan las matemáticas y creo en la justicia social y así sucesivamente, los compañeros expresaron nuestras muy altruistas razones para estudiar Derecho. A lo que contestó: estoy decepcionado, ninguno me dio la respuesta esperada: PORQUE ME GUSTA!, como la propaganda! Para ese entonces la cerveza Zulia tenía una campaña en todo en el país llamando a tomar Zulia, porque me gusta! Así era don Sebastián Artiles, un gran maestro romanista, civilista y un profesor excepcional de Casación Civil. Entre chistes, cuentos, parodias y el mejor humor, a todos sus alumnos nos hizo aprehender Derecho Romano, base del Derecho Civil, columna vertebral de nuestro ordenamiento jurídico subconstitucional. A los pocos que no prestaban atención a sus clases les preguntaba el nombre y les decía: “bachiller seguro tiene mejores cosas que hacer, ya usted pasó, se puede retirar, que hay otros interesados”. Su símbolo: el escorpión, que hasta en sus yuntas cargaba. Yo lo recuerdo como un gran profesor y de los mejores ratos en la universidad los pasé con sus ocurrencias. Muchas promociones de abogados egresadas de la UCV y de la Católica Andrés Bello que llevan su nombre, dan fe de lo que expongo.
En Sociología Jurídica tuvimos como profesora a Carmen Luisa Reyna Calvani de Roche, una talentosa y bella mujer que nos impulsó al estudio de los grandes autores de la sociología del Derecho. Quizá muy apegada a Durkheim y con alergia a Marx, para entonces mi gran norte, era imposible llevarse mal con ella por su dulzura y lo bueno que prepara sus clases a pesar de su veto a Marx. Era y sigue siendo una mujer encantadora y con mucho que aportar al conocimiento. Su preparadora resultó ser una joven muy buenamoza pero irreverente, estudiante del último año de Estudios Políticos con quien yo mucho discutía: ella era del MAS y yo del MIR. Yo la cuestionaba por reformista y revisionista, ella a mí por comunista. Poca amiga de discusiones frontales (a las sesiones con los preparadores no estaban obligados a asistir todos, de manera que éramos unos pocos). Un día me dijo fuera de clases: tú tienes una actitud saboteadora porque yo soy la mujer de un primo tuyo! Yo le contesté: de cual, porque yo conozco a toda mi familia y no lo creo. Me dijo: de Víctor Hugo D´Paola, a lo cual contesté: es primo de mí mamá y muy querido en la familia pero no lo conozco personalmente no se de él. A partir de allí me presentó a mi primo Víctor Hugo con quien entablaría una intensa y provechosa amistad hasta el día en que murió. A mí preparadora, Mayita Acosta, la hice mi familia, comparto con ella pero me gustaría que pudiese darle un poco más de mí.
Foto: arriba de izquierda a derecha, Anaís Mejía Calzadilla, Ana Josefina Dávila y Emira Pérez Ustariz. Abajo, Ana Cecilia González, Pedro Pablo Calvani e Irene De Sola y sentada Ana Josefina Dávila.
En Derecho Civil I tuvimos a Lourdes Wills, quizás estrenándose en las lides. Muy elegante, adeca, de buenos modales, reproducía el libro de don José Luis Aguilar Gorrondona lo mejor que podía, Peleamos mucho por mi antiadequismo de entonces. Después nos hicimos buenos amigos. Recuerdo un compañero de la juventud del MIR, del Valle y como él se mismo decía: “Yo soy Negro de semáforo y avenida”, “no te metas con esa negra que tienes una p….notas”. Así era mi UCV, desde motolitos hasta atrevidos como Frank Marcelo. Años más tarde, de la mano de Alfredo Ducharne, Lourdes Wills llegaría a ser una gran Magistrada de la Corte Primera de lo Contencioso Administrativo. De ella guardo un recuerdo feliz.
Fotos: En el bloque, la primera de pie, arriba y a la izquierda, Marisela Febres, de frente, María Angélica Jaramillo y Libeth León.
Abajo, en el segundo bloque, de izquierda a derecha, la profesora Guita Abuhamad, el profesor Tulio Chiossone; y en la última, a la derecha, Marisela, la profesora Guita, María Angélica, Lisbeth y Pedro Pablo Calvani.
Fotos: Arriba y a la izquierda, Libeth León, María Angélica, la profesora Guita y Marisela Febres. Al lado otra con: Thaide Morales, Simón González Urbaneja y Marisela. Abajo el profesor Alberto Arteaga Sánchez y Marisela; y le sigue ella misma, Juan Porras y Marisol Rodríguez Aguerrevere.
Fotos: En la siguiente, arriba a la derecha, aparecen: Anaís, Irene, Pedro Pablo, Emira y Maritza. En las de abajo se encuentran los profesores Artega y Canestri, continúan Floria Caricote y Ricardo Rodríguez.
En la inmediatamente inferior aparecen Lisbeth y Marisela; esta última y la profesora Canestri y su pasante; y en la última y a la derecha Oscar Romero Acevedo , Floria Caricote y Eduardo Isea.
De nuestro profesor de Economía Política, sólo diré que se incorporó cinco semanas después de comenzado el curso y porque muchos reclamos que efectuamos ante la dirección de la Escuela, entonces en manos de Víctor Pulido Méndez, con quien después entablaría buenas relaciones después de los dos primeros años de muchos encontronazos.
De los compañeros que recuerdo: Irene De Sola, Ana Josefina Dávila, Ana Cecilia González, Anaís Mejías, la bella Regina Di Giorgio, la no menos linda Emira Pérez Ustáriz, María Angélica Jaramillo (lo más lindo), Marisela Febres, Alejandra Tofano, Maritza Mézaros, Mirne Coss, Pedro Pablo Calvani Abbo, José Félix Díaz Bermúdez, Luis Horario Ugarte y que me perdonen los demás por lo estrecho de mi memoria.
Esta, digamos, fue mi vida formal en mi primer año de escolaridad universitaria. Junto a ella viví una vida paralela muy pública y nunca subversiva. Será otra entrega, si les gustaría…
Fotos: Arriba. en reunión con el profesor Enrique Lagrange, de izquierda a derecha: Maritza Mészáros, Gladis Rodríguez, Christiane Joachimi, Héctor Zavala. Abajo: Esther (Terry) Cobeña, Alejandra Tofano y finaliza el grupo Emira Pérez Ustariz.
En la próxima, de izquierda a derecha: María Angélica Jaramillo, Thaide Morales Caraballo y Maritza Mészáros.
Finalizan las imágenes, de izquierda a derecha, Constanza (Connie) Machado y Mirne Coss.
Al lado a la derecha: José Félix Díaz Bermúdez, en un acto en la Escuela en homenaje al presidente Rómulo Betancourt en compañía de Lenín Martínez, presidente del Centro de Estudiantes de la Escuela, Virginia Betancourt y Manuel Vicente Magallanes.
Abajo continúan: Marisol Rodríguez Aguerrevere, el profesor Octavio Andrade e Irene De Sola.
La última foto de grupo, de izquierda a derecha, Tina Di Battista; Aida Pérez Rubín (fumando) y Esther Cobeña a su lado; Aida Bastidas (al frente de Alejandra Tofano), entre otras ya citadas.
Esta entrada tiene 2 comentarios
Hermosa crónica. Me sorprende ver ahora la belleza y alegría de tanta gente joven, muchos de los cuales fueron mis alumnos, en aquellos tiempos que no volveràn.
Muchas gracias apreciado profesor Ruán, usted forma parte de nuestros mejores recuerdos.