José Félix Díaz Bermúdez
Si algún acto de los varios que pueden reivindicarse y exaltarse sobre la presencia histórica de Antonio José de Sucre en Venezuela, su patria, que ha apreciado mayoritariamente su obra militar y política orientada hacia el Sur de Colombia, es precisamente su formación y su acción entre nosotros que resultó esencial para lo que sería precisamente su actuación posterior en sus tres más grandes eventos luego de su partida: la Campaña del Sur, que culminó con la Independencia de Quito; la Campaña de Ayacucho, que concluyó la guerra en nuestro continente con la célebre jornada en la Pampa de Quinua, que será bicentenaria en pocos meses; la Presidencia en Bolivia, ejemplar y trascendente; su ejercicio como Presidente del Congreso Admirable, el último de Colombia reunida.
(Imagen: Plano de Cumaná)
Además de haber sido el Mariscal Sucre entrañablemente venezolano y que Cumaná nunca se apartó de su corazón, como el mismo lo expresó, su actuación diplomática en Venezuela alcanzó un resultado relevante como fueron los Tratados de Armisticio y de Regularización de la Guerra, considerados como un precedente singular de lo que representa modernamente el Derecho Internacional Humanitario.
(Imagen: Sucre en traje civil)
La historia de esta negociación coloca a Antonio José de Sucre en un lugar relevante como uno de los principales negociadores de estos convenios, y se corresponde con uno de los principales logros de su etapa y presencia venezolana. Sobre la misma hemos querido distinguir sus hechos en la patria de su nacimiento en nuestro estudio: “Sucre y Venezuela” publicado en su momento por la Academia Nacional de la Historia.
Consciente de la situación del Ejército Realista y de las ventajas del patriota alcanzadas en Santa Fe (1819) y la victoria obtenida por los nuestros en la batalla de Boyacá, su Majestad instruyó al general Pablo Morillo que le hiciese a Bolívar ciertas proposiciones para concertar un posible armisticio.
La negociación entre los bandos fue difícil. A la inicial exigencia patriota del previo reconocimiento de la independencia, sucedieron sin embargo los célebres Tratados de Armisticio y de Regularización de la Guerra (Trujillo, 25 y 26-11- 1820), en los cuales se establecieron las bases de la paz y las condiciones para el desenvolvimiento posterior de esa contienda.
(Encuentro de Bolívar y Morillo, Santa Ana, Trujillo)
El encuentro entre Bolívar y Morillo como consecuencia de esta singular negociación fue uno de los más notables episodios de esos años de lucha. Un testigo recordaba: “… manifestaban de mil maneras la satisfacción de que gozaban en aquel momento…, se veían por la primera vez…, no sólo como hombres, sino como amigos”. Allí Bolívar en ese encuentro expresó: “Odio eterno a los que deseen sangre y la derramen injustamente”.
“Algunos jefes patriotas – indicaba Baralt según cita de Páez- desaprobaron este armisticio”. Por su parte, algunos fanáticos realistas recibieron también con desencanto y amargura.
(Imagen: Retrato militar de Sucre)
Una vez celebrados los Tratados, Morillo resolvió concretar su regreso a la península, y se despidió de los suyos: “…la guerra de Venezuela deber ser terminada para siempre. El genio de la discordia que la ha desolado por diez años, se aparta de sus comarcas lleno de espanto”.
(Imagen: Bolívar en 1819)
Sensible al mandato de la naturaleza y de la historia, en obsequio a sus raíces ancestrales y del futuro, Bolívar, estadista y civilizador, invitó a la nación española y a su Rey a establecer la paz: “… Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, no abrumada de cadenas”.
El destino para uno y para otros le dieron la razón. La necesidad de los pueblos en momentos difíciles de sus respectivas historias, cuando la opresión conculcó en uno y otro sitio las libertades públicas, permitió que uno fuese abrigo del otro, hecho de la hermandad y del amor, del afecto que surgió y que justificó aquellos Tratados singulares que han quedado inscritos en la vida de las naciones cultas.
(Grabado antiguo ecuatoriano de Bolívar, Sucre y Abdón Calderón, colección del autor)
Alcanzado por ese espíritu de generosidad y de grandeza; inspirado en los clamores por la paz; urgido de cesar tantos males que enfrentaban a unos contra otros; advirtiendo con nobleza y dignidad el futuro que merecían los pueblos, los de España y de América, Sucre interpretó como ninguno las demandas de la historia que exigía la terminación de tantos crímenes y alcanzar el entendimiento entre hombres y naciones de una misma sangre.
(Imagen: Bolívar de Gil de Castro)
Luego de concluir el armisticio las luchas prosiguieron. Sin embargo, los Tratados de Trujillo dieron a la contienda otro carácter, inspiraron en los enemigos otra aptitud, permitieron el surgimiento del Derecho Humanitario de la Guerra, anticiparon que el tiempo y la razón concluyeran su obra de reconciliación y comprensión como es propia de los pueblos adultos, de los hombres sensatos, de los líderes sabios, de las naciones que progresan.
(Imagen: Retrato miniatura del Mariscal Sucre, Bogotá).
En esa obra singular representada en los históricos Tratados y en otros actos que el mismo Sucre realizó principalmente como consecuencia de la liberación de Quito y del triunfo de Ayacucho, encontramos una continuidad maravillosa de su pensamiento y de su acción, y que nos permitieron apreciar en el texto de esos acuerdos primigenios de grandes convenciones futuras, el espíritu inmaculado del que Bolívar denominó: “el padre de Ayacucho”, Antonio José de Sucre, nuestro inmortal Mariscal.
Imagen principal: antigua casa donde se firmaron los tratados mencionados, Trujillo, Venezuela. Colección José Félix Díaz Bermúdez.