José Félix Díaz Bermúdez
El 09 de diciembre de 1824, en la Pampa de Quinua o de Ayacucho, venció extraordinariamente la causa de la libertad americana, la causa de la independencia del Perú, por obra del genio de Simón Bolívar, por obra del heroísmo y el talento extraordinario del más grande de sus lugartenientes, Antonio José de Sucre.
“El es el padre de Ayacucho”, expresó el Libertador en homenaje al que fue nombrado en justos términos Gran Mariscal, y quien pudo recibir, sin faltar a su desprendimiento y modestia, el testimonio agradecido tanto de Colombia, su patria, a cuyas armas representó y condujo con gloria sinigual, como también del Perú a quien llevó a la victoria decisiva.
Su promesa invariable desde que llegó a ese territorio se cumplió a pesar de las dudas, la intriga y la traición: las armas de su ejército libertador jamás afectarían los derechos de los pueblos y de sus ciudadanos, y asumido el compromiso de la victoria y de la libertad del Perú -donde muchas veces los recelos se manifestaron- quedó ese país, una vez terminada la guerra, en plena posesión de su destino soberano. Bolívar renunció a la Presidencia, y cumplió de esa manera la etapa militar principal de la Revolución de Independencia que tanto había costado en luchas y sacrificios.
En nuestra obra biográfica: “Sucre, Gran Mariscal de América” (1996), citamos la significativa reflexión de Manuel Díaz Rodríguez quien expresó lo siguiente: “Terminada la acción, el hombre, el político y el estadista que alientan en el héroe de Ayacucho revalidan moralmente la revolución americana”.¿Y cómo lo hizo? definiendo de la manera más cabal sus propósitos; ejecutando con firmeza extraordinaria su misión; defendiendo como nunca la causa de los derechos de los hombres por encima de las dominaciones imperiales y las ambiciones localistas; estableciendo los principios liberales y republicanos con los cuales se concretaba en nuestra tierra lo mejor de la filosofía política moderna que abrió caminos a la soberanía y a la voluntad popular; a la democracia y a la primacía del Derecho; a la independencia de las naciones y a la existencia de la República, a la patria del futuro.
Sucre encarnó como ninguno en su conducta y en su obra lo más prominente de la acción libertadora americana bajo la égida del Libertador Simón Bolívar.
“Después de la batalla -expresó Díaz Rodríguez-, no hay vencedores ni vencidos. El vencedor tiende su mano y sienta a su mesa al vencido, y es el vencido, no el vencedor, quien se refiere con maravilla a los hábiles movimientos del ejército patriota en el campo de batalla”. Y es muy cierto. A nuestro juicio, nunca como entonces fue tan encumbrada la victoria y tan digna la derrota. Para comprender las implicaciones de ese triunfo en la historia del mundo necesario es examinar y comprender los términos de la Capitulación de Ayacucho, un monumento extraordinario de cesación de la guerra que extendió su espíritu benéfico para reconciliar a las Naciones.
Toda la oficialidad fue respetada; todos los soldados; todos los heridos; todos los muertos. Ese hombre ejemplar cuya juventud sorprendió al Virrey español don José de La Serna, le ofreció todas las ventajas y satisfacciones que demanda el honor militar y la promesa extraordinaria de una patria en paz sin enemigos; la patria americana que vindicada en sí misma ofrecía al mismo tiempo sus brazos a los españoles, antes dominadores, y a partir de Ayacucho otra vez y para siempre hermanos.
Así como lo hizo en Quito, en julio de 1822 como general de división de Colombia y como Intendente del país, el general Sucre autorizó la salida de los jefes españoles que quisieran regresar a su Nación originaria; lo reiteró entonces en el Perú permitiendo la conservación de sus rangos, de sus bienes y de sus derechos a cuantos quisieran partir del lugar, y los que permanecieran, asegurando su lealtad a Colombia, serían tratados sin revanchas con respeto y consideración.
(Batalla de Ayacucho, lienzo de Martín Tovar y Tovar y culminado por Antonio Herrera Toro)
Aquel triunfo tuvo repercusiones inmediatas en lo interno y en lo externo de nuestro continente. El Perú logró la libertad; el Alto Perú alcanzó la paz y la oportunidad de establecerse como un propio país; Colombia, al fin, vio finalizada la lucha y comenzó su proceso de construcción republicana. La paz es el bálsamo que posibilita la justicia, la razón y el bien.
Para testimoniar la gloria del Libertador Bolívar y del Gran Mariscal Sucre, disponemos de algunos documentos singulares. Uno de ellos es el periódico “Le Constitutionnel” del 27 de enero de 1825, impreso en Paris, Francia, que señala entre las noticias provenientes de Inglaterra, como: “La gaceta de Colombia, del 07 de noviembre, señala que el intendente general de Guayaquil ha anunciado, el 29 de septiembre, que un barco llegado del pueblo de Guanchaco, había llevado la noticia que el presidente Bolívar había alcanzado una victoria sobre el borde del Apurimac, y Canterac había perdido 1.600 hombres”, seguramente señalando la batalla de Junín.
Por otra parte, el mismo periódico en fecha 09 de mayo de 1825, expresaba que: “Los diarios de Buenos Aires, que hemos recibido esta mañana, dan los detalles de sucesos que han tenido lugar después de la brillante batalla de Ayacucho”. Pero antes, en la edición del domingo 20 de febrero de 1825, publicaba la noticia siguiente: “El Correo inglés del 17, que llega por vía extraordinaria, informa que, de cartas de Buenos Aires del 06 de diciembre, la victoria completa de Bolívar se confirma, y que Laserna, Canterac y Valdez, se disponen a embarcarse por Intermedios para España…”.
De la misma manera, el 20 de noviembre de 1825 se publica en el periódico francés el decreto del Libertador Simón Bolívar, según el cual: “Las provincias del Alto Perú que pertenecían antiguamente a España, se reunirán conforme al decreto del gran mariscal de Ayacucho, en una asamblea general, a fin de ellas manifestar libremente sus deseos sobre sus intereses y el gobierno…”.
Ello evidencia, entre otros elementos, la importancia que el mundo europeo representaba el triunfo patriota en esa decisiva jornada de la cual se cumplen hoy 200 años: el más alto suceso de las armas republicanas y de la libertad en nuestro continente. “La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana y es obra del general Sucre”, afirmó el Libertador.
El mayor homenaje que esta fecha se le puede tributar a la memoria inmortal del Gran Mariscal Antonio José de Sucre, es la de ver a su patria redimida; el ejercicio pleno de sus derechos soberanos; asegurados los derechos políticos; reconocidos los derechos ciudadanos; consolidada la República, válidas, autónomas y actuantes sus instituciones; la dignidad del hombre protegida y de los pueblos respetada, justificaciones todas atemporales por la que Sucre alcanzó el triunfo en Ayacucho, la más ejemplar de las victorias con extraordinarias consecuencias políticas para Nuestra América y para la libertad de las Naciones.
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Tomado del diario «El Universal», Venezuela.
Imágenes de la batalla de Ayacucho varias son de origen peruano.
Principal cuadro «La Capitulación de Ayacucho», lienzo del pintor peruano Daniel Hernández Morillo. Abajo un boceto original.