Los Pueblos y una Reflexión de Bolívar

José Félix Díaz Bermúdez

La historia de los pueblos muchas veces ha sido y es compleja, variable, difícil en ciertos episodios en los cuales surgen alteraciones imprevistas, hechos que modifican las iniciales propuestas pero que, en definitiva, en medio de las circunstancias, se redefinen y reorganizan en pos de alcanzar sus ideales superiores, los propósitos dignos y justos con fe inalterable que ilumina las conciencias y los actos capaces de abrir los caminos de bien que la humanidad debe transitar en busca de su progreso.

Los pueblos deben conservar en consecuencia la confianza en sí mismos, en lo que han sido y son como consciencia colectiva, actores decisivos que se afirman cada vez y más en este tiempo histórico, en esta era moderna en la que los Derechos del Hombre se han enaltecido y se consagran como el sagrado mandato de las Constituciones, de la historia presente y futura.

Ya no es ni debe ser posible en este mundo global la sociedad de la barbarie y la injusticia, evidenciable y rechazable por todos. Nunca como ahora el bien de cada quien, el bien común, el derecho propio y el ajeno, es y debe ser el bien universal.

Los pueblos se engrandecen cuando finalmente aspiran ser mejores y lo logran, se forjan, se unifican, se alientan, se realizan, alcanzan lo que sueñan y merecen, saben ser solidarios unos con los otros guiados por la consciencia del bien, del recto proceder y el ideal noble y trascendente. Apostamos por el progreso humano y no por su retroceso. Apostamos por el bien de todos los pueblos y de todos los hombres.

Nuestros grandes conductores -y entre ellos los que Venezuela ha legado a la historia-, lo fueron porque supieron interpretar al pueblo y su tiempo, su necesidad y sus angustias, su trascendencia verdadera, su significación y su carácter, con consecuencia y lealtad inquebrantables para mejorar el presente y conducirlo reconocido y exaltado, libre y soberano hacia el futuro.

Entre un pueblo y sus líderes debe existir una identidad, una simbiosis verdadera, auténtica: estos deben ser una expresión de aquel y ser fieles mandatarios de lo mejor para el país.

Nuestros precursores y libertadores lo fueron porque las circunstancias se manifestaron e impulsaron sabia y audazmente los hechos influyentes anunciadores de una nueva época. Se manifestó la Ilustración con su avanzado pensamiento sobre el hombre, la sociedad y el gobierno. Ante su impulso empezó a desmoronarse el viejo absolutismo para sustituirlo el equilibrio de la República y las posibilidades igualitarias, equitativas y transformadoras de la Democracia.

 

La oportunidad de América surgió como resultado de las circunstancias de España y decadencia de la monarquía lo cual justificó nuestra Independencia, el surgimiento de la República, en los Cabildos, en los Congresos, en las Leyes y Constituciones que inicialmente consagraron los principios eternos en torno a los cuales el mundo se ha erigido a lo largo de estos últimos 300 años. Causa sublime la de la libertad; causa irrenunciable la de los derechos; causa inestimable la de la igualdad y la dignidad de todos; causa justa y reivindicadora de la soberanía popular y la independencia de las naciones.

Desconociendo la evolución inevitable de la sociedad, España perdió sus dominios y prefirió la guerra a la razón, omitir la posibilidad de federar entonces estos países y enlazar la unidad de los pueblos hispánicos identificados en siglos de cultura, idioma, sentimientos y sangre.

 

Bolívar a nuestro juicio fue un demócrata. Las circunstancias de su tiempo le obligaron a buscar una manera original para asegurar a los países frente a la anarquía, la inestabilidad y la ignorancia. Sus temporales y breves: “dictaduras” no representaron sino situaciones momentáneas para superar hechos excepcionales. Su propuesta del Presidente Vitalicio no fue sino una forma de establecer un punto fijo: “firme en su centro” para armonizar a la República de entonces. Cuántas veces en su vida política le reconoció a los países sus derechos y le devolvía un poder que no era suyo. Uno de sus más significativos ejemplos fue lo que le expresó al Congreso de Bolivia el 25/05/1826: “…vosotros erais acreedores de obtener otra bendición del cielo -la Soberanía del Pueblo- única autoridad legítima de las naciones”.

La historia la realizan los pueblos afanados, los pueblos centrados, los pueblos constantes y consecuentes, que fijan superiores objetivos, los adoptan en sí mismos con convicción profunda y lo expresan después en la sociedad que cada uno representa individual y colectivamente, como las abejas que laboran y construyen; como las hormigas silenciosas que se abastecen y se agrupan, transforman la tierra donde están en armonía perfecta con la naturaleza en el maravilloso curso de la vida. Nosotros, la especie superior, haciendo factible sí lo sabemos realizar el progreso humano, discerniendo y escogiendo entre pensamientos, valores y acciones la conducta que debe regir para asegurar el bien de todos.

La historia de América Latina como naciones nuevas, como Repúblicas recientes -porque 200 años es en las mediciones de la misma un tiempo corto- ha sido la de un constante hacer, la de un continuo afán, alteraciones, accidentes y negaciones inclusive que ha parecido evidenciar, por momentos, la imposibilidad de consolidar el ideal republicano. En nuestras dificultades algunos han creído necesaria la presencia de un mesías, de un salvador, de un César, incluso, el personalismo para sostener una forma de supuesta democracia. Esto en nuestro concepto no es posible, ni aceptable. La democracia es sociedad y civilidad en buena medida y en ella y en torno a ella se debe construir.

Bolívar para ser Bolívar, para encontrar su camino de gloria y libertad, tuvo que tener a su lado un pueblo para alcanzar sus grandes fines. Así nos lo señaló una vez de manera admirable el poeta Andrés Eloy Blanco en uno de sus célebres discursos. Bolívar mismo lo advirtió ante la arrogancia de los caudillos cuando les dijo que el pueblo estaba en el ejército para enseñarles que el mismo estaba allí presente en la obra interminable de la Independencia y que debía estarlo también en la obra civilizadora y bienhechora, justa y civilista para formar una República. Las ideas de la libertad y la igualdad calaron desde entonces tan profundamente en nuestro pueblo que fue la causa de nuestras luchas, sacrificios y logros y aún las conservamos y afirmamos como esencial y prioritaria para nuestra vida política.

En medio de nuestras diferencias políticas, de los enfrentamientos, de la anarquía que se evidenciaba y que amenazaba destruir la vida republicana, las viles ambiciones, avizorando el resultado lamentable de nuestras diferencias, al apreciar el choque de todas esas fuerzas opuestas, el Libertador, un 11 de septiembre de 1827, se lo expresó a los Guayaquileños en estos términos: “El torrente de las disensiones civiles os han arrastrado hasta poneros en la situación en que os halláis. Vosotros sois víctimas de la suerte que habéis procurado evitar a todo trance”.

Al mismo tiempo, de manera certera y ejemplar, penetrada de verdad inconmovible, señaló: “No sois culpables, y ningún pueblo lo es nunca, porque el pueblo no desea mas que justicia, reposo y libertad…”, y concluyó en la responsabilidad los conductores, quienes, a su juicio, en el momento dramático que vivía Colombia eran: “la causa de las calamidades públicas”.

¿Cómo salvar aquel obstáculo que amenazaba el resultado de la propia Independencia? Creyó que su autoridad política y moral podía sostener a la República; que un Congreso podía concretar el entendimiento nacional, el orden y la paz de la Nación.

A los Colombianos prometía que los legisladores cumplirían: “las voluntades públicas”; que los delegados honrarían: “la confianza nacional”, y que los gobernantes no tendrían ninguna otra causa sino: “la dicha popular”.

La: “Gran Convención”, que Sucre presidió de manera ejemplar y en la que aspiraba que la misma pudiera completar: “la obra de nuestra libertad”, fue su última esperanza ante las ambiciones desbordadas y las fracturas definitivas que surgieron. Tendríamos que pasar por etapas terribles para descubrir los errores y enmendar las orientaciones nacionales que podemos vislumbrar ahora como necesarias y urgentes.

La política es el arte de conducir a las naciones al bien común respetando los derechos y los intereses de todos. Debemos evitarle a Venezuela y a nuestra América Latina más rupturas y más quebrantamientos, más decepciones y mayores sufrimientos.

Los pueblos, tal y como señalaba entonces el Libertador, requieren entre otros bienes: “justicia, reposo y libertad» para consolidar un sentido afirmativo de institucionalidad, de derecho y de gobernabilidad. Estos tres mandamientos de Bolívar y otros, son deberes que debemos cumplir sin excepciones anteponiendo a cualquier interés el fundamental que es Venezuela, su inestimable bienestar, que nos permita sostener a la República y los fines que hemos proclamado y jurado en la Constitución, ante nosotros mismos y ante la historia.

De aquellos sucesos convulsos que significaron el final de la gran unidad republicana y territorial que Bolívar realizó, de ese llamamiento salvador que hizo el Libertador de nuestras patrias, se están cumpliendo 197 años.

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