Los Pintores del Avila

José Félix Díaz Bermúdez

Cuando don Juan de Pimentel envió al Rey la descripción sobre la Provincia de Caracas, de Nuestra Señora de Caraballeda y de Santiago de León -que nunca dejará de tener su historia de hidalguía, nobleza y señorío, su nombre y sus insignias hispánicas- narraba de manera sorprendente aquellos sitios, sus nombres, sus costumbres, sus distancias, su topografía y su belleza. Ríos, arroyos, frutos, habitantes; los antecedentes de sus iniciales pobladores surgieron sin desconocer España nuestros orígenes.

Así señalaba el gobernador sobre la ciudad que fue poblada por don Francisco Fajardo en 1560 y sobre su geografía al describirla: “Esta provincia de Caracas es un pedazo de sierra de la qual dende ella llega al piru y viene la cordillera della de hacia oriente y asi corre casi al poniente…”, indicando que la misma es: “la mayor parte montuosa y de muchos arroyatos y quebradas que llevan agua siempre…” y que venían abundantes y cristalinas desde lo que luego llamamos como una síntesis a su belleza singular: el Ávila.

El Ávila que antes de que alcanzara tal nombre, el conquistador de manera peculiar la llamó: “la sierra que está en medio” entre la ciudad y el mar; y que no tuvo reparo de indicar como nuestros indígenas lo denominaban: “el nombre de esta sierra que esta entre nuestra señora de Caraballeda y este pueblo los indios la llaman Guaraira Repano que quiere decir Sierra Grande”.

 

Observaba desde la casa del recordado educador, ingeniero, docente y pintor venezolano Antonio Rodríguez LLamozas -autor de la valiosa obra: “Educación Artística: Conceptos Básicos sobre Artes Visuales”-, la vista singular del Ávila que desde la altura de Chuao despliega su imponente figura para descender desde el Este hacia el Centro de la ciudad.

El Ávila que desde allí observó, analizó y pintó Antonio varias veces como también lo hicieron sus amigos artistas, se transformó de mil maneras y fue objeto de las obras de Armando Lira con su lienzo: “Paisaje de Petare” y de Ventura Gómez, sin nombre la misma, con tonos azulados que luego se transformaron en verdosos en el cerro hasta que al pie del hermosísimo valle surgen los edificios nuevos que contrastan con las casas antiguas, como también lo contemplaron y plasmaron otros renombrados artistas.

Ventura Gómez, colección María Antonia Rodríguez Llamozas.

 

 

 

Lira, «Paisaje de Petare», Lira, colección MARLL.

Nos llamó la atención las múltiples visiones que en sus óleos estampó Rodríguez Llamozas sobre el cerro y la ciudad en cada uno de sus cuadros. En uno aparece el Ávila en el fondo azulado que consta con el verdor maravilloso de las lomas de Chuao; en otro, grisáceo y azulado también, el cerro abre sus rocosos y vegetales brazos hacia la ciudad apenas presente. En otra composición desde la perspectiva de su taller, se muestra la parte más elevada del cerro majestuoso ante los edificios modernos que en Altamira señalan la modernidad.

Otro más de sus trabajos nos presenta a la montaña revestida de colorido, sus tonalidades verdes y amarillas resaltan, La Carlota es un terreno apenas y las edificaciones que esta vez se masifican evidencian el avance indetenible arquitectónico y urbano.

Por último, una obra inconclusa de Rodríguez Llamozas nos presenta el relieve insinuador del Ávila entre azules, amarillos y verdes como sí dibujara los nervios de la tierra, pleno de formas maravillosas, como si lo hubiese observando por dentro, tal y como el cerro luce desde la Iglesia de Petare y hacia los edificios de la Urbina.

En conclusión, como homenaje a nuestro cerro capitalino, son entonces varios los pintores del Ávila que han expresado sus formas además de Cabré, sin desmeritar al gran maestro y su trayectoria.

Del admirado Manuel Cabré que algunos recuerdan serio, formal, ensimismado, conservo algunos documentos originales importantes y únicos: uno fechado en Paris donde se describe a sí mismo a la edad de 36 años y en el cual manifestaba estar: “radicado en Francia desde el 11 de junio de 1920”. Yo titulo este documento como un autorretrato escrito por el mismo pintor. Otro documento lo del maestro aparece testimoniando su presencia junto a Ramón Díaz Sánchez, Raúl Carrasquel, Carlos Gauna y otros en un homenaje en 1955 a Miguel Otero Silva.

Nuestro Ávila más que un cerro es el noble guardián de la ciudad de Santiago León de Caracas, símbolo geográfico de la historia, la cultura, la literatura, el arte, la nobleza y la belleza de la capital de la República y ante el cual Bolívar expresó que: “…nunca cambia…” en aquel año de 1827.

Una futura exposición debe ser dedicada con estas y otras obras sobre el Ávila, custodio de la inmortal ciudad, a la que supo ver, amar y pintar, entre otros, Antonio Rodríguez Llamozas como parte de aquella generación prominente para el arte nacional y en su caso también lo fue de la ingeniería y la educación.

Jfd599@gmail.com

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