José Félix Díaz Bermúdez
Dos hechos extraordinarios acontecieron en América en ocasión a la presencia de la madre de Dios santísima: la aparición el 09 de diciembre de 1531 en México al indio Juan Diego, y la posterior en Venezuela, el 08 de septiembre de 1652, ante los indios Coromotos.
Virgen de Coromoto estampa original
Su primera visita es singular, apenas se habían cumplido 10 años de la rendición del imperio azteca en 1521 y ella se hizo visible en el Tepeyac. Allí se encuentra con el indio Juan Diego y le encarga ir donde el Obispo con la noble misión de erigir una iglesia donde los hombres de esos pueblos acudieran para recibir su maternal bendición.
Ella habla con el indio, ella se le muestra amorosa, le invita a cumplir sus instrucciones, comprende sus angustias y fue compasiva, sana a su tío y le ordena cortar unas flores para que las llevase al prelado para que se comprendiera la señal y no lo dudase el sacerdote, y al desplegarlas ante el mismo surgió su magnífica imagen estampada para siempre en admirable tela viva que aún se conserva para la admiración de todos.
Su segunda visita en nuestra tierra tiene igualmente rasgos particulares. Invita de la misma manera a los indígenas a recibir las aguas y que fueran donde los blancos a recibir el bautismo para con el: “entrar en el cielo”. En cacique acepta su inicial propuesta pero luego colérico la enfrenta y la amenaza; ella sonríe compasiva y cuando aquel se le abalanza, la virgen se transforma y se reduce en una concha maravillosa donde se observa aún y se singulariza la madre con su hijo que nos transmite toda su ternura y majestad.
Ella se acerca a América como la nueva tierra desde temprana hora. Le habla a los pueblos originarios y propicia que la fe alcance a todos. Le asigna a los españoles la tarea de construir los templos y divulgar la enseñanza cristiana, la que forma a la humanidad en el amor de Dios.
María está presente en la dignificación de los indígenas al hacerlos mensajeros de su palabra santa y de su existencia en esta tierra, ellos intervienen, son los que trasladan su voluntad y sus deseos salvadores a los hombres.
La aparición de Guadalupe y la de Coromoto se vincula, surge en dos tierras providenciales: aquella que fue el real centro del imperio español por su importancia; ésta para el futuro proceso de la independencia. En ambas abarca sin distingo su bondad, su amor y su bendición. En ambas tierras evidencia y simboliza su presencia en el Nuevo Mundo y, en particular en Venezuela, con la gracia de su pequeño hijo sentado en sus piernas, constituye la unidad en el amor y en la paz hacia nosotros.
Lo que fue su voluntad se materializa: en México con su extraordinaria basílica donde se le rinde culto a Dios; en Venezuela en Guanare, entre cuyos riachuelos se apareció un día y previno de manera sencilla y luminosa al mismo tiempo que buscásemos con el primero de los sacramentos la pertenencia a nuestra fe y la gracia de Dios.
En advocaciones diferentes, Guadalupe y Coromoto, son una misma, María la madre de Dios que hoy vuelve ante nosotros en el recuerdo del nacimiento humilde de su hijo para aproximar la divinidad a los hombres y redimirnos de nuestros pecados y faltas para encontrar el camino de la salvación.
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