Cada uno de nosotros tiene un valor excepcional, un límite desde donde resurgimos, desde donde nos reconstruimos, desde donde nos levantamos sin destruir a otros
Hay un límite insalvable, un límite donde te ponen las circunstancias, un límite donde te ponen o pretender poner los demás, donde la vida te arrastra, donde llegas creyendo en los otros, donde te pones a ti mismo.
Hay varios límites: un límite que te impulsa motivador y poderoso, un límite donde tus sueños se realizan, donde la realidad no te cerca, la gente no te acosa, un límite humano, sensible, ennoblecedor, bueno, permisible. En cambio, hay un límite que te destruye, el límite doloroso, el límite donde te exigen no ser tú sino otro, no importa el sacrificio, hacerlo a toda costa, no importa lo que ocurra, llevarte al final, al límite de los límites en las peores situaciones, donde se te cuestiona y desprecia, donde se te margina, donde te lleva la ambición, la venganza, el odio, todo lo inadmisible hacia los otros y hacia ti mismo, eso es Finnmark.
He descubierto a Finnmark, en un concierto que se realizó en el Almudín, en el Palau de la Música en Valencia, España, basado en una original creación de Joan Cerveró que recrea su música basada en la obra de la pintora noruega Anna Eva Bergman, llena de símbolos y sensaciones, realidades de soledad, interioridad, tristeza, silencio.
Para mí, en ese momento y en el actual, Finnmark representa un viejo y nuevo límite, aquel que padeció la localidad noruega que en la Segunda Guerra Mundial fue destruida y que vivió todo el odio en Europa, locura insólita en la que no pudo salvarse una alejada ciudad, al norte de todos los nortes, que ha debido ser una comarca pacífica, laboriosa, tranquila en su clima invernal y que de pronto fue acabada por los nazis, sometida a bombardeo inclemente, como si ella fuera la mayor enemiga, dejando destruidas vidas, casas, sueños de tal forma como si en aquel bombardeo se debía borrar su historia.
Finnmark es para mí desde ahora uno de esos límites destructores, un límite que ya no te conviene, que no te deja vivir. Es el límite que no te deja sonreír, estar en paz, ser uno mismo.
La obra musical de Cerveró, “Finnmark”, no es simplemente una composición agradable y tranquilizadora, es la composición sobre los elementos, lo que viene más allá de las cosas, lo que se reconstruye, lo que se despierta en la esencia, lo que se levanta, lo que no se acaba, ese límite desde el cual te elevas para seguir, para reconstruir, y te hace decir: esto no soy yo y de esto voy a salir.
Cada uno de nosotros tiene un valor excepcional, un límite desde donde resurgimos, desde donde nos reconstruimos, desde donde nos levantamos sin destruir a otros, como lo hizo la ciudad noruega, ladrillo por ladrillo nuevo, casa por casa sobre las ruinas.
Levantarse otra vez, no obstante las circunstancias, las dificultades y los errores. Levantarse otra vez de la nada, volver a ver las casas, los lugares, las gentes, el alma en lo que eres, el alma en lo que debes ser, otra vez surgir y ser sin vergüenza ni miedo, sin tener nada para volver a tenerlo todo en lo verdaderamente valioso, lo que nunca tuviste, tenerse con autenticidad y con valor a sí mismo, mejor de lo que eres, eso es Finnmark, el límite de la destrucción, el horizonte inadvertido que se transforma el nuevo horizonte, en el horizonte de lo que debe ser la vida y el ser humano verdadero y auténtico, esencial.