José Félix Díaz Bermúdez
Si en nuestro tiempo asombra apreciar el Mapa de Nuremberg como se llama la representación que en 1524 se hizo de la ciudad, cuanto no maravilló a Cortés y sus hombres
Cuando Hernán Cortés a partir de agosto de 1519 dispuso avanzar en su jornada sobre la tierra mexicana fue encontrando y descubriendo en toda ella la presencia de distintos pueblos, grupos y tribus. Encontró los testimonios vivos de una civilización antigua cuya historia inmemorial le fue contada por el propio Moctezuma el día de aquel encuentro en la llanura de Tenochticlan. No sospechaba el extremeño conocer con su espíritu aventurero e indomable, tenaz hasta la indisciplina, tenaz hasta la temeridad, que iba a apreciar por vez primera para un europeo los rasgos admirables de una cultura verdadera, propia y extendida más allá del mar.
Basta apreciar sus relatos dirigidos por el conquistador a Carlos V en los que no solamente se describen las riquezas, los propósitos y los inconvenientes de su avance, sino especialmente, la geografía y el paisaje, las costumbres, las localizaciones de las gentes con tradiciones arraigadas a lo largo de los siglos.
Observó lugares extraordinarios como Tlaxcallan, con respecto al cual señaló: “la ciudad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que de ella podría decir dejé, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edificios y de mucho más gente…”. Fue tan completa la disposición del lugar, sus productos, sus vestimentas, sus plazas y mercados que expresó lo siguiente: “El orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente de ella tiene en gobernarse, es casi como los señoríos de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos”.
Admiró como lo hizo en Churultecal (hoy Cholula) la fertilidad de la tierra en la cual existían grandes labranzas, regadíos y construcciones que consideró como: “… la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana” con más de: “treinta y tantas torres en la ciudad”.
Desde allí se adentró al territorio y los volcanes le salieron al paso, “dos sierras muy altas y maravillosas” se le interpusieron no sólo cubiertas de nieve sino también rodeadas de un: “… tan grande bulto de humo como una gran casa de y sube encima de la sierra hasta las nubes”.
Era el Popocatepetl majestuoso que mostraba toda su grandeza ante los hombres temerarios y fue don Diego de Ordás (el mismo que exploró el Orinoco) el primero en ascender descubriendo desde la cima lo que los guías no expresaron, un conveniente camino que les llevaría al mítico Tenochticlan, aquel territorio legendario y sus treinta ciudades que albergaban al señor de los mexicas.
Si en nuestro tiempo asombra apreciar el Mapa de Nuremberg como se llama la representación que en 1524 se hizo de la ciudad, cuanto no maravilló a Cortés y sus hombres. Ante ellos de desplegaban las entradas Ayotzingo (hoy Santa Catarina) edificadas sobre un lago y la calzada de Iztapalapan. La generosidad de los pobladores de Chalco se hizo presente hasta el punto, tal y como lo apuntaba Cortés; que el señor del lugar: “… me dio hasta cuarenta esclavas y tres mil castellanos y dos días que estuve allí nos proveyó muy cumplidamente de todo lo necesario…”.
Las casas de Iztapalapa, a su juicio, eran: “tan buenas como las mejores de España, digo de grandes y bien labradas” en términos de carpintería, suelos y servicios.
En la ruta le aguardaban Temixtitan, Misicalcingo, Niciaca, Huchilohuchico… En el paraje de Tenochticlan, en noviembre de 1519, presenció Cortés la ceremonia de 200 hombres que solemnemente: “vestidos de otra librea o manera de ropa asimismo bien rica” en una calle: “muy ancha y muy hermosa y derecha”, aparecía el mismo Moctezuma, inmediatamente tomado de los brazos por dos de su séquito y al cual Cortés en el instante no pudo abrazar y tocar porque se lo impidieron escuchando como lo hizo del propio Moctezuma con amabilidad suprema, con increíble desprendimiento: “…aquí seréis de todas necesarias para vos y para vuestra gente. Y no recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza”.