En su mandato, uno de los más importantes y prometedores del siglo XX para su país y para el mundo, se enfrentó a un hecho amenazante tal y como fue el establecimiento de misiles nucleares en Cuba.
Cuando asistimos a la hora en que los gobiernos autoritarios, personalistas, mesiánicos, dictatoriales, se reagrupan en torno a ideas y procedimientos intimidatorios estimulando y desarrollando guerras, invadiendo países, restructurando bloques para enfrentar al mundo occidental, fundamento de nuestra cultura, de los valores del individuos, de la ideología democrática, del surgimiento de los derechos humanos, de los pueblos soberanos opuestos a hegemonías y a dominaciones, se está planteando nuevamente un evidente retroceso de la historia, la posibilidad de un enfrentamiento nuclear.
Si bien hasta el momento se había contenido y se había logrado establecer formales compromisos internacionales a través de Tratados según los cuales se limitaba y prohibía el uso de las armas nucleares y se había desarrollado una tecnología para su uso pacífico, surgen contradicciones y amenazas provenientes esta vez del gobierno de Putin en Rusia, que pretende replantear a la fuerza un nuevo orden internacional basado en la confrontación, en la anexión de territorios y en la idea de bloques de poder que se adversen.
La vida, la obra del recordado presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, quien asumió una alta y significativa responsabilidad política ante los riesgos evidentes y cercanos en su época de una guerra nuclear, sirve para entender y valorar ahora no solamente lo que hizo en su momento histórico ante crisis concretas sino lo que puede reivindicarse en el actual y en el futuro.
En su mandato, uno de los más importantes y prometedores del siglo XX para su país y para el mundo, se enfrentó a un hecho amenazante tal y como fue el establecimiento de misiles nucleares en Cuba, sujeta a las instrucciones y disposiciones de la Unión Soviética.
La implantación de estos cohetes en territorio americano y próximo a los Estados Unidos, constituyó un delicado episodio que pudo propiciar el inicio de una guerra nuclear.
Entre la posición de los militares norteamericanos de bombardear de manera inmediata las bases descubiertas y la que Kennedy adoptó, la diplomacia política sin descartar la posibilidad de la respuesta militar, se impuso con superior habilidad a soviéticos que resolvieron retirar las armas ante la determinación del presidente norteamericano de la puesta en alerta la respuesta nuclear de su país y, además, estimando un eventual compromiso de no invadir a Cuba.
Desde el bando soviético se consideró el escenario de una: “solución razonable” en los propios términos expresados por Kruschev, quien le aconsejaba a Castro tener paciencia: “Ahora que se está encontrando una solución…”.
Es un hecho que la compresión de los riesgos existentes permitió que los líderes de ambos sistemas, Kennedy por una parte de la democracia, y Kruschev por el otro del comunismo soviético, alcanzaran una solución que representó un importante triunfo para el primero.
El joven presidente Kennedy representaba un cambio, una visión modernizadora de los Estados Unidos y su rol significativo en la política mundial. El advirtió posibilidades diferentes e inició cambios capaces de superar los extremos de ambos bloques en la evolución de la política norteamericana sin renunciar al liderazgo del mundo libre y democrático.
El 10 de junio de 1963, John F. Kennedy dejó para la historia la posibilidad de un mejor futuro de paz y entendimiento. Su discurso pronunciado ante la American University de Washington, abrió las puertas a un cambio sustancial en el pensamiento y la acción de la Guerra Fría y una posibilidad de diálogo. En el mismo, el estadista propuso de manera extraordinaria que: “Ha llegado el momento de poner fin de una vez por todas a las pruebas nucleares”, afirmando de manera ejemplar: “Ya podemos destruirnos mutuamente. Es hora de hablar de paz”. Se atrevió a enfrentar en el mundo occidental, en su propio país, y en el mundo comunista, el estereotipo de la guerra y de la destrucción, el fanatismo de la política extrema incapaz de advertir alternativas constructivas.
Se atrevió a definir la paz de una manera diferente, y tuvo el valor de expresar como ningún otro líder de su tiempo que se necesitaba que no fuera: “… ‘la pax americana’ impuesta al mundo por la armas de guerra estadounidenses…”. “Estoy hablando –dijo- de una paz genuina, del tipo de paz que hace que valga la pena vivir la vida en la tierra…”. Nadie como él en su país o fuera de él se había atrevido a dar ese paso.
Al analizarse los términos y alcances de la paz que Kennedy planteó a cualquier sistema o ideología de su tiempo y del nuestro puede advertirse su visión de estadista, la manera como interpretaba el mundo por venir, la necesidad de establecer una paz auténtica con posibilidades en el diálogo y en el respeto al ser humano, sus derechos y sus libertades.
Es por ello que el mundo de hoy, el cual absurdamente busca en algunos lugares silenciar la crítica en sus propios territorios, la respuesta consciente de sus propios ciudadanos, el entendimiento plural y general, debe encontrar la respuesta de las libertades democráticas que se erigen defendiendo los derechos del hombre; el respeto a la integridad de los países; el establecimiento un orden internacional más justo, abierto, comprensivo de las diferencias, sin sacrificar la libertad del ser humano y las posibilidades de la democracia.
La postura del presidente Kennedy firme en la defensa de la virtud del mundo libre, tal y como lo hizo en Berlín, también invitó a la paz, paz consciente, paz estable, paz responsable, que impida la destrucción del mundo que generar el uso de las armas nucleares en manos de gobernantes extremistas, incapaces de separar sus propias apetencias e intereses opuestos a las verdaderas prioridades del mundo, tal como advirtió también en pleno siglo XIX, el Gran Mariscal, de Ayacucho, el venezolano Antonio José de Sucre: “los pueblos necesitan la paz”.