José Gregorio Hernández, El Valor Ciudadano

José Félix Díaz Bermúdez

Entre tantos hechos que pueden describir la dignidad, el carácter, la elevación espiritual, la conciencia social y patriótica del doctor santo José Gregorio Hernández, cuyo ascenso a los altares de nuestra Iglesia Católica ha llenado de profunda emoción y gratitud al pueblo venezolano, a los muchos que se encuentran adentro, a los muchos que se encuentran afuera, resalta en especial su dedicación a la Universidad, su extraordinaria condición de docente, su aporte sustancial a la ciencia, su admirable compromiso ciudadano, su afanosa entrega a los demás.

(Caracas en 1912)

Vivía Venezuela para el año de 1912 la consolidación del gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez. El avance del autoritarismo, el ejercicio de su autoridad personalista, adquiría un alcance mayor. El poder, cada vez más por encima de la Constitución, de las instituciones, del Congreso, que se había reducido a meros asuntos administrativos, era Gómez.

Felipe Guevara Rojas, un médico eminente, fundador de la Cátedra de Anatomía Patológica en la Universidad Central de Venezuela, asumió el 10 de abril de ese año, el Rectorado de nuestra magna casa.

(Felipe Guevara Rojas, médico, investigador, Rector de la Universidad, Ministro de Instrucción Pública)

Su rigor en el intento de imponer medidas con respecto a la disciplina académica, le causaron serias animadversiones y rechazos entre importantes grupos de profesores y estudiantes.

Al iniciarse el nuevo período docente el 15 de abril de aquel año, se produjo un hecho insólito para las circunstancias de la época: la convocatoria y la realización de una protesta del alumnado y de los profesores en contra de las medidas del Rector, y contra ese acto de valor ciudadano, la policía intervino y Guevara Rojas -quien bajo el gobierno de Gómez llegó a ser Ministro de Instrucción Pública- decidió la expulsión arbitraria de muchos de los manifestantes.

Ante ese gravísimo hecho, la Asociación General de Estudiantes determinó la realización de una huelga el 19 de septiembre, decisión impensable ante la realidad y los riesgos de aquel momento histórico. Esta disputa determinó que el Rector renunciara a su cargo en octubre de ese año, y que el conflicto en la Universidad alcanzara mayores dimensiones.

(Universidad Central de Venezuela, la vieja universidad, centro de Caracas)

Aquel evento de discusión y reclamo universitario hizo que el general Gómez adoptara una medida radical: el cierre de la universidad durante 10 años, lo cual impedía a una generación la continuación y la culminación de sus estudios como resultado una discusión interna, que bien se pudo admitir y resolver como parte del ejercicio propio de la vida universitaria vinculada con la libertad de educación que había establecido la Constitución de 1909.

Esta situación que contribuiría a conformar un sentimiento de rechazo ante las posturas autoritarias del gobierno de Gómez, fue calificada por el doctor José Gregorio Hernández como una: “injusticia enorme” contra el país, contra la educación, contra la libertad del individuo.

Su palabra respetable por la seriedad personal, profesional y humana del doctor José Gregorio Hernández fue inmediatamente conocida y llegó a los oídos del general Gómez. Este último, sabía toda la relevancia del doctor Hernández y, sin embargo, no tuvo impedimento alguno para señalarle que no interviniera en política contrariando abiertamente un derecho esencial consagrado en la Constitución vigente entonces: la libertad de pensamiento.

La respuesta de nuestro médico, y hoy santo, fue inobjetable: que él solo servía a Dios, ese mismo Dios que ha creado al ser humano para que fuera libre y digno, y que estaba por encima de cualquiera de los hombres.

Por este y tantos hechos admirables de la vida ejemplar del santo José Gregorio Hernández, por su relevancia religiosa, por su vida cargada de fe, de sacrificio, de piedad, de amor hacia su prójimo, y que es, en definitiva, la mejor manera de creer en el Señor, es por lo que el pueblo de Venezuela lo venera, lo ha hecho suyo de manera entrañable, considerándolo un intermediario excepcional ante el Señor, con la convicción de que nuestro santo nos acompañará en nuestras necesidades apremiantes: cuando la vida está en peligro, cuando la salud está en riesgo, cuando nuestra alma confronte los abismos de la vida y requiera para salvarse la presencia de Dios en sus obras supremas, inconfundibles y magníficas.

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