José Félix Díaz Bermúdez
Se encuentra Venezuela en una situación excepcional, única, decisiva. No estamos en cualquier momento sino en uno crucial ante la necesidad y la evidencia de un nuevo camino.
Un camino abierto como esos que se añoran después de tanto andar, como esos que se encuentran luego de tantos días y de noches, de semanas, de meses y también de años. Camino al que se llega después de tantas búsquedas, difícil, accidentado, distante pero indispensable entre valles y montañas, bosques y llanuras, camino cierto para llegar al sitio, a la tierra prometida y buena.
Este ha sido un camino mayoritariamente doloroso desde hace mucho tiempo y por el cual hemos transitado innecesariamente con culpas y responsabilidades señaladas, y que ha llevado lejos: “…a tantos venezolanos que vienen de la selva”, tal y como se dice en Panamá sobre nosotros, cuando observan a nuestra gente deambulando, buscando a dónde ir, qué hacer, qué comer y a quiénes solicitar ayuda.
El egoísmo, la incapacidad y la ambición llevarán sobre sus hombros las causas y las consecuencias de este drama, que ha hecho que millones de compatriotas hayan tenido que salir por la fuerza de las circunstancias, impulsados por la desesperación y por la miseria que aquí existe para muchos.
En esta hora singular debemos estar a la altura de la patria: a la altura de la patria y el bien común; a la altura de la patria con dignidad; a la altura de la patria justa; a la altura de la patria de todos; a la altura del pueblo; a la altura de la Constitución; a la altura de la libertad nacional y de la paz.
En democracia, se debe estar a la altura de la voluntad mayoritaria, de ese mandato inobjetable que los pueblos pronuncian y que sólo los enemigos de la soberanía popular desoyen y persiguen.
La democracia debe estar a la altura de las libertades políticas y de los derechos ciudadanos. La voluntad general debe imponerse a la voluntad individual y, mucho más, a la voluntad de los mezquinos intereses.
El honor, el deber, el derecho, obligan como valores republicanos a todos los actos consecuentes: el juicio social, el juicio político, el juicio moral, el juicio de la historia y de la conciencia propia orientan y deben orientar al que quiere guiarse por ella, y al que tendrá que confrontar en cualquier momento a sí mismo, a los suyos, al juicio de los otros, a la verdad de su conducta y a las consecuencias que genera. Ello hay que advertirlo como requerimiento ético que vendrá si es que aún no ha llegado.
La Patria… ¿Qué es la patria? ¿para quién es la patria? ¿es la patria un concepto, un sentimiento basado en la ambición, en el propio provecho, en el desquite y la destrucción de los demás?
“Primero el suelo nativo que nada”, expresó Bolívar una vez cargado de significados; y Sucre, por su parte, el más alto ejemplo como ciudadano y militar, indicó: “…yo siento en mi alma el santo respeto que inspiran el honor y las leyes a los ciudadanos a quienes la suerte ha puesto en sus manos la espada que defienda la inocencia y la patria”.
El pueblo quiere y demanda elecciones libres, generales, honestas, transparentes. El pueblo está cansado de la infame política y de sus aviesos resultados. El pueblo está exigiendo alternativas, posibilidades, realidades, transformaciones.
A pesar de todos sus males, el pueblo exhibe hoy de manera abrumadora, categórica e inequívoca en las calles, en las plazas, en las reuniones, donde se le convoca con aspiración de cambio y unidad, una fe extraordinaria y espontánea, una auténtica voluntad, una esperanza irrenunciable para lograr un país mejor.
No es una voluntad prepotente y autoritaria la que se debe imponer, una voluntad violenta y amenazante; es la voluntad general que determine su escogencia y que permita, después, el respeto y la libre convivencia, la civilizada acción política, el reencuentro nacional.
Se debe restablecer la confianza pública perdida; no traicionar el sentimiento de esperanza que tiene la Nación. No podemos negarle a Venezuela sus más inalienables derechos; no se puede cometer ningún acto en contra la Patria.
En esta hora, entre todas de su historia difícil, Venezuela reclama libertad e institucionalidad. Es la esencia de nuestro carácter la primera; es el llamado de nuestra historia; la segunda, es una necesidad de orden, legalidad, estabilidad, independencia.
Sí el pueblo exige libertad, hay que dársela; si el pueblo pide dignidad, hay que honrarla; sí el pueblo reclama justicia, hay que concederla. No es una licencia, no es un favor, es un derecho superior e irrenunciable de la Nación.
Un pueblo soberano en democracia determina al vencedor, y aceptarlo, es lo normal y necesario en cualquier Nación civilizada que ama la libertad y acata el derecho.
El respeto a los pueblos debe ser mayor que la vanidad o el interés de un gobernante. La patria vale más que los hombres de todos los gobiernos. Estos, sin excepciones, deben obedecer y someterse a la voluntad nacional libremente expresada. Estos son los principios sociales y políticos universales que nos deben conducir permanentemente.
El 28 de julio debe representar un día singular para Venezuela: un día en que la patria exprese su grandeza y que Venezuela sea regenerada; un día de paz y libertad, de orgullo nacional, de reconciliación, de unidad, de reconocimiento nacional e internacional.
Es la Venezuela real y verdadera que se expresará y que escogerá, finalmente, sin trabas y sin miedos, con plena conciencia de sí misma y su responsabilidad ante el presente y ante el futuro, su propio destino, a la altura de una auténtica República; a la altura inmarcesible de la Patria. Así sea.
Imágenes: Principal, tercera, cuarta, quinta, sexta, colección particular del autor.