María, Su Verdadera Significación

José Félix Díaz Bermúdez

Únicamente desde nuestra perspectiva como laico, desde nuestro profundo sentimiento mariano, desde nuestro honesta y legítima pertenencia a la Iglesia Católica, desde nuestra irrenunciable fe cristiana, hemos conocido un reciente documento vaticano denominado: ‘MATER POPULI FIDELIS’, en el cual se reflexiona sobre determinados conceptos y calificativos que se le han atribuido a la Virgen María y sí los mismos se ajustan en su sentido estricto a las Escrituras.

(La Virgen María, pintura antigua, Museo de Bellas Artes de Valencia, España, foto del autor)

 

El concepto que determina la discusión y el pronunciamiento formal de la Iglesia se refiere principalmente al calificativo de: “corredentora”, frente al cual el cardenal Ratzinger, y luego, papa Benedicto XVI, indicó que: “El significado preciso de los títulos no es claro y la doctrina en ellos contenida no está madura… Sin embargo, no se ve de un modo claro cómo la doctrina expresada en los títulos esté presente en la Escritura y en la tradición apostólica”.

(La virgen María, muro en la Catedral de Valencia, España, foto del autor)

Además de la anterior denominación, se examinó igualmente su carácter como mediadora, afirmándose tal y como lo hace el documento apostólico, el carácter de Cristo como único con ese carácter, o mejor dicho principalmente él, sin excluir, en definitiva, que ella también, su Madre, tenga en un segundo plano tal carácter, como ayuda, cooperación, intercesión para obtener la gracia de su hijo, Nuestro Señor, el verdadero salvador.

En puridad se debe ser cuidadoso con esas definiciones, con esas palabras de tanta relevancia a los fines de no desnaturalizar y jerarquizar debidamente, tal y como corresponde, la majestad de Cristo y de su María, y al cual la Virgen Santísima siempre reconoció al no existir ningún tipo de contradicción.

Al mismo tiempo, se hace pues necesario examinar y no desconocer el sentido admirable y profundo de María, nuestra madre, en ese Plan Divino, siendo ella y ninguna otra mujer sobre la tierra la escogida por obra y gracia de Dios para la misión de traer, proteger, formar, acompañar hasta la adultez a nuestro Señor, como madre solícita, como madre dedicada, como madre amorosa y previsiva. Por algo María se encontraba en Jerusalén cuando el Señor iba a cumplir su destino.

(Grabado antiguo de la Virgen María, foto del autor, Valencia, España)

Hace algunos años por un hecho casual, pero en definitiva providencial, en uno de esos lugares que en España se llaman el rastro, tuve la fortuna de conseguir unos libros antiguos que pertenecieron a un monje del siglo XIX y que, precisamente, uno al lado del otro, se referían a la Virgen Santísima.

Uno de ellos era: “La Virgen María y El Plano Divino” de Augusto Nicolás, autor de reconocida autoridad en los temas filosóficos, quien expresó de manera magnífica, citando a Montfort, lo siguiente: “por la Santísima Virgen María vino Jesucristo al mundo y por ella también debe reinar en él… Por María comenzó la salvación del mundo y por ella también debe reinar en él… Por María comenzó la salvación del mundo y por ella debe también consumarse… Por esto quiere Dios que sea al presente mas conocida su Santa Madre, mas amada, mas honrada que nunca; por eso quiere hoy revelarla y manifestarla como la obra maestra de sus manos”. Y concluyó: “María debe resplandecer mas que nunca en misericordia, en fuerza y en gracia en estos últimos tiempos…”, aludiendo el escritor a la maravillosa presencia de María en la vida cristiana y cuánto la debemos apreciar sin desconocer obviamente al hijo.

Si bien ella no es la salvadora, es la madre de Jesús, y, en tal sentido, ha contribuido de manera esencial a traernos al Salvador; salvación que nos llega por voluntad Dios manifestada escogiéndola a ella, y a través de ella, nos ha llegado la buena nueva. El nos viene por medio de María: “por obra y gracia del Espíritu Santo”, siendo ella como es: “bendita entre todas las mujeres”, tal y como lo señala la oración y la expresión de Isabel.

(Coronación de la Virgen por Jesús, Museo de Bellas Artes de Valencia, España, foto del autor)

De su existencia, de su virtud, de su destino, de ella misma por mandato del Supremo, ha venido su hijo, y ella está presente más que ningún otro ser en el Plan Divino de la salvación y la redención.

Ella fue en todo momento la madre más amorosa, más resignada, más sacrificada, más prudente, más obediente, al saber, permitir y propiciar la misión de su hijo en la tierra, y su vida fue la constante dedicación, el escudo protector, la mano guiadora, la palabra serena llena de amor hacia su hijo quien, seguramente, repitió de sus labios la primera oración.

María no puede estar separada de todo ese misterio, de la gracia y de la divinidad de Cristo. Ella es la madre que no se opuso a su misión, sino que la aceptó, la propició, la encaminó, la cumplió, y al momento preciso, se supo separar para que su hijo sin obstáculos siguiera su camino.

Sólo al final aparece para estar con él ante el suplicio de la Cruz, y sufrir su martirio, y luego de que el Señor ascendiera, con cuanto amor y devoción le tributaron los discípulos que estuvieron a su lado.

No hay pues manera de apartarla, no hay manera de desconocerla. La obra de Jesús, su vida misma tiene su origen en María sin contradicción y negaciones. Si bien nuestro Señor es el centro, María es el origen. Entre los dos existe, en posiciones diferentes, una misma razón, un mismo propósito. María no puede ser apartada de Jesús, él alfa y el omega, pero Jesús no puede ser desvinculado de María, ni María de Jesús.

(Retrato de la virgen, Museo de Bellas Artes de Valencia, España, foto del autor)

Algunos de nuestros hermanos, los protestantes, por ejemplo, de una manera ingrata e injusta, alejan a María, y se cuidan de ella colocándola en el plano secundario como si fuera una simple mujer. Nada más contrario a la verdad, nada más contrario al amor del propio Cristo hacia su madre. A los mormones, por ejemplo, con todo respeto desde luego, una vez les señalé que María no era un vientre en alquiler.

Descartar a María es una afrenta al mismo Cristo que desde la Cruz, en su agonía, ha pedido que no se le abandone: “he allí a tu madre”, para que desde entonces fuera la madre de todos nosotros.

Así como Nicolás, en su obra, nos enseña que Jesús es el único medio de llegar a Dios, no omite toda la significación que tiene la Virgen María al ser reconocida como la Madre de Dios, aludiendo a Jesús y afirmando, en consecuencia, que ella es y está en la esencia del Cristianismo.

No es la: “Corredentora” porque el redentor es Jesús, pero es la Madre; no es la única y principal mediadora, pero su intermediación es efectiva como aquella en las Bodas de Caná, es propiciatoria del primero de los milagros de Jesús. María nos conduce al Señor y lo señala como el que realizará el milagro, pero ella es también el vínculo, el lazo, la que con tanta seguridad y firmeza nos conduce hacia él como él capaz de realizar la gracia y concedernos el favor.

(Retrato de la Virgen, Museo de Bellas Artes, Valencia, España, foto del autor)

Más allá de los estrictos cánones de la Teología, de las exactas interpretaciones de las Escrituras que deben seguirse, el corazón se llena de ternura, el alma de fe y de recogimiento al solo pronunciar el nombre de María. Ella con su amor delicado y profundo, con su silencio y discreción, endulza, humaniza, engrandece la presencia de Cristo, y en tantos momentos cruciales y difíciles ha aparecido ante nosotros para llamarnos, congregarnos, anunciarnos en su nombre. Sí alguien acompañó a Jesús e hizo suya la pesada, la infame Cruz en el Calvario, fue María Santísima.

(La Virgen María junto a San Nicolás, Basílica de Bari, Italia)

Ella es la luz, la luz purísima que sale de sus manos como en la Rue du Bac; ella es la que altera el sol, la lluvia, la tierra en Fátima; ella es la que le aparece a la más humilde doncella tal y como ocurrió en Lourdes; ella es la que evade las flechas de un cacique y se reduce en una concha, la que llamamos Coromoto; ella es la que se esconde en una manta viva y eterna como la Guadalupe. ¿Quién puede dudar lo que significa y representa en el misterio de los planes de Dios y en la vida del mismo Jesucristo?

Todo ha comenzado en María, llena de Gracia y de virtud, de amor, de sacrificio, de angustia por el mundo; todo se sintetiza en su amor hacia Cristo y hacia nosotros.

(Tomado del diario El Universal, Venezuela, 09/11/2025 https://www.eluniversal.com/el-universal/219706/maria-su-verdadera-significacion)

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