José Félix Díaz Bermúdez
Nuestra búsqueda histórica como pueblos nuevos, desde hace más de 200 años, ha sido irrenunciablemente el establecimiento de la soberanía popular, de un gobierno republicano y democrático que permitiese nuestra vida en libertad y nuestro avance social, en medio, sin embargo, de débiles instituciones, incultura política, ambiciones personalistas, formalidades legalistas, intereses opuestos a los derechos legítimos del pueblo. Se adiciona a lo anterior en este tiempo la vuelta de los totalitarismos, de los populismos, de prácticas y procedimientos antidemocráticos, de la burla “institucional” de las elecciones libres.
Simón Bolívar, el Libertador, al momento de definir el destino institucional de Venezuela, se pronunció por un gobierno republicano y democrático, no obstante nuestras tradiciones monárquicas y nuestra falta entonces de experiencia política. Manifestaba que: “sólo la Democracia es susceptible de una absoluta libertad”, pero se interrogaba con angustia cual gobierno ha reunido: “a un tiempo” los atributos del: “poder, prosperidad y permanencia”.
(Proclama del Libertador, 20 de febrero de 1819, Angostura, detalle).
Desde sus comienzos, no tardó el Libertador en evidenciar como jefe y como magistrado, su probidad y rectitud ciudadana, sus virtudes como gobernante, sus dotes de estadista, al acatar y preferir la determinación de los Congresos y el respeto a la soberanía popular al asumir el mando a nombre de la Nación, más que su propia permanencia en el poder, y señalaba que: “El primer día de paz será el último de mi mando” y proclamaba como aspiración definitiva de sí mismo: “no tener otros derechos que los del simple ciudadano”. Su ambición de poder y su ejercicio nunca destruyó a la Nación, a la Ley, a la República, a los ciudadanos.
Bolívar, Presidente de Colombia, Pedro José Figueroa.
Entre las consideraciones que justificaban alcanzar la independencia de América, cita el desconocimiento de la vida política como hechura de los americanos, y no obstante nuestras carencias, se pronuncia por un sistema democrático capaz de asegurar la felicidad y el bienestar de sus ciudadanos, la seguridad de la sociedad y la estabilidad política. Eran y son esas las virtudes del gobierno que aspiraba el Libertador para Venezuela, y examinando experiencias lejanas y destacando sus virtudes, observó, sin embargo, su inaplicabilidad y nos advirtió de los males de las: “Repúblicas aéreas” sin fundamentos sobre la realidad, definiendo de manera precisa las bases republicanas como son: “la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y de los privilegios”, pero a pesar de su constancia y su sacrificio para implantarlas, se evidenciaron las dificultades para establecerlas en muchos momentos de su historia.
(Proclama del Libertador, 20 de febrero de 1819).
En distintas épocas, algunos historiadores al juzgar las dictaduras de Bolívar en Perú y en Colombia, han pretendido atribuirle ideas cesaristas y considerado la supuesta existencia de una especie de: “Presidente Bolivariano” como tipología para avalar a infames dictadores y autócratas. Nada más avieso e injusto contra los hechos históricos y políticos del Libertador. Olvidan la gravedad de los sucesos que determinaron tales gobiernos suyos, las necesidades que los justificaron, la conducta que observó el héroe, la temporalidad de los mismos, sus resultados y su ideología permanente expresada en sus actos y en sus opiniones públicas y privadas.
Las “dictaduras” de Bolívar fueron relativas y circunstanciales, no destruyó la permanencia de las instituciones, no desoyó la voluntad popular, no desconoció la ley, no se perpetuó en el poder. Por la dictadura del Bolívar, el Perú se salvó de sus enemigos y fue libre. Por la dictadura de Bolívar, se evitó la prematura destrucción de Colombia y el insólito caos del militarismo contra la sociedad.
Nada más esclarecedor que su devolución del poder al pueblo y de su rechazo a gobernar un país en el cual él fuese el único. Nada más categórico que su rechazo a la propuesta de que se coronase como emperador o como rey. Su carta a Rafael Urdaneta el 18-09-1830 es categórica: “Yo pienso que no dirá nada tan grande como mi desprendimiento del mando y mi consagración absoluta a las armas para salvar al gobierno y a la patria…La historia dirá: Bolívar tomó el mando para libertar a sus conciudadanos, y cuando fueron libres, los dejó para que se gobernases por la leyes y no por su voluntad”.
(Bolívar en Haití)
Ni su senado hereditario, ni su presidencia vitalicia fueron muestras de tendencias dictatoriales, ni fueron en definitiva materializados en los países americanos, significaron únicamente la búsqueda original de equilibrios políticos en sociedades inestables cuya historia posterior demostró la validez de sus temores y de sus previsiones.
Bolívar acudió a la voluntad popular para legitimar sus actos; requirió la determinación de los Congresos y de los consejos; estimuló la discusión social; obedeció las resoluciones contrarias y las órdenes institucionales que se le dirigieron; asistió a las Asambleas para exponer ideas y rendir cuentas como militar y gobernante; respetó a la disidencia justa y fue clemente con sus enemigos; convocó a su lado a preclaros ciudadanos; sancionó los extravíos; no admitió privilegios; se enorgulleció de no haber elevado a parientes suyos a los mayores cargos y honores; ejerció el gobierno con estricta probidad; renunció a salarios; despreció premios; perdonó vidas, fue fiel a los valores republicanos y grande en sus pensamientos y en sus actos, él mismo se antevió como “el precedente” en la historia nuestra, siempre fiel a los ideales democráticos y amante de la libertad, preferible a todo, preferible a su gloria.
No en balde recibió y mereció como ninguno en la historia del mundo el título de Libertador.
jfd599@gmail.com
(Tomado del diario «El Universal», 20 de julio de 2025)