José Félix Díaz Bermúdez
Las recientes elecciones presidenciales ocurridas en la República Dominicana, pueblo caribeño cercano al afecto de Venezuela, evidenciaron una serie de hechos, situaciones y lecciones de particular interés, sí las trasladamos y comparamos con la realidad de algunos países, muy especialmente en el ámbito político regional.
Mientras transcurrían las elecciones en las cuales se manifestaba un generalizado comportamiento cívico de la ciudadanía y la organización de las instituciones al servicio del acto electoral, yo recordaba diversos discursos del exdictador dominicano general Rafael Leónidas Trujillo, quien sometió a su país a lo que se ha llamado su: “Era”, que abarcó 31 años de influencia, y quién al comienzo de su mandato, intentó aparentar cumplir con el lenguaje democrático, prometiendo respetar sus reglas, acatar sus procedimientos, tolerar la disidencia, pero después, argumentaba sin pudor que no era necesario acudir a elecciones sino atender la voluntad manifestada de otra manera: la voluntad de los suyos, de los grupos que lo proclamaban, la de la fuerza y la violencia que ejercía autoritariamente; la aclamación de los áulicos dependientes de sus privilegios y prebendas; sus cómplices en el delito de impedir y secuestrar la voluntad popular.
Pero la historia evoluciona cuando los pueblos así lo determinan. Con una República Dominicana reivindicada y democrática surge otra realidad, se consolida y manifiesta, como ahora ocurrió, el mandato sagrado, libre e irrestricto del pueblo.
En todas las provincias dominicanas se reportaba, salvo menores incidentes, la normalidad democrática. Los candidatos habían desarrollado una campaña libremente, sin contratiempos, sin temores. El pueblo acudió mayoritariamente luego del mediodía, y se transformó la jornada en una fiesta cívica en la cual cada quien expresó su escogencia.
Aunque todo parecía indicar que las previsiones electorales se iban a cumplir a favor del actual presidente de la República, Luis Abinader, los contrincantes y sus voceros eran interpelados por los medios de comunicación indistintamente, y efectuaban sus llamamientos a la población para que votase, tal y como lo hizo, por ejemplo, el expresidente Danilo Medina, quien caracterizó, en su concepto, los dos países que se confrontaban ese día, las consecuencias entre la abstención y el voto mayoritario, y realizó sin cortapisas observaciones críticas ante ciertas situaciones.
Avanzaba la tarde y los reportes seguían siendo favorables. Al momento de producirse el primer Boletín Electoral y efectuase la intervención de la Junta Central Electoral, acudió el magistrado Román Andrés Jáquez Liranzo, presidente del organismo, el cual destacó el: “…ejemplo cívico y democrático demostrado por el pueblo dominicano…” ejerciendo su derecho: “…de manera ordenada y pacífica…”; resaltó: “la labor patriótica de… los funcionarios y funcionarias de los colegios electorales…”, “…de la policía electoral…”, y calificó de manera especial que fue: “…un proceso electoral íntegro, tranquilo, seguro, transparente y abierto al mundo, como lo demuestra el despliegue de 21 misiones de observación electoral, integrada por 551 observadores internacionales…”, entre otras importantes consideraciones.
Apreciar y valorar la expresión de un organismo electoral en términos de independencia, autonomía, equilibrio, respeto, con sentido institucional, cumpliendo los indispensables atributos y requisitos de elecciones verdaderamente democráticas, y realizándose las mismas con la presencia variada y extendida de observadores internacionales, en el marco de un proceso electoral: “abierto al mundo”, resulta edificante, constituye definitivamente una lección de institucionalidad, de derecho, de organización y transparencia que se corresponde con lo que deben ser estos comicios en cualquier país civilizado y de derecho, donde el gobierno ejerce el poder a nombre del pueblo, reconoce su soberanía permanente y se somete, sin ambages, a la inapelable voluntad mayoritaria.
Cuando apreciamos en esas falsas democracias el vergonzoso contraste entre las palabras y los hechos; la persecución política; la falta de condiciones de igualdad, seguridad y transparencia; cuando no se ofrecen auténticas y suficientes garantías; cuando se discute y se limita la observación electoral, y no se asegura, como bien lo afirmó el magistrado dominicano: “la integridad” del mismo, estaríamos en presencia de elecciones cuestionables en las cuales no se asume y respeta la democracia en su auténtico sentido: la libérrima expresión y determinación de las mayorías para decidir el destino político de un país.
“Un proceso electoral diáfano” resaltó el reconocido magistrado; agradeció: “la madurez política” de más de mil candidatos y a sus organizaciones que concurrieron al proceso, avalados por una institución electoral respetuosa, “abierta y receptiva con el sistema de partidos” que pudieron actuar con verdaderas garantías ante el organismo, todo lo cual representa lo que es y debe ser un sistema y un proceso electoral que cumpla la Constitución, los Tratados Internacionales en materia de libertad política y democrática; qué honre la voluntad popular, qué no le tema a la veeduría electoral, a la observación internacional, qué respete la soberanía del pueblo, qué actúe con imparcialidad y defienda la verdad democrática y legitime así, a los nuevos dirigentes y políticas de un país.
La victoria del presidente Luis Abinader fue el resultado no discutido de su éxito político en la gestión de su país en todos los ámbitos de su acción.
El mandatario y candidato logró en la República Dominicana: mejorar los indicadores económicos y sociales del país; establecer efectivas medidas de protección del presupuesto familiar; realizar una mayor atención a la región sur de la Nación; incrementar del número de habitaciones para el sector turismo; aumentar la construcción y mejoramiento de centros de atención primaria y hospitales; la extensión de la formación universitaria a todo el país a través de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y otras instituciones.
Igualmente, resalta entre sus resultados haber establecido el Salario Mínimo del país, el cual se ubica entre los más altos de América Latina (7mo. lugar), y haber alcanzado un récord histórico en materia de empleo.
En el sector servicios, se redujo de manera significativa el número de apagones eléctricos; se desarrollaron programas de vivienda que beneficiaron a más de 300.000 dominicanos; se efectuó la construcción de la verja perimetral en la frontera del país con Haití, entre otras útiles medidas.
Hoy, la moderna República Dominicana, es un ejemplo para América Latina, y evidencia, una vez más, cómo es posible la existencia y desarrollo de una democracia verdadera, protegida por las instituciones, respetuosa de la Ley, fiel garante de la voluntad popular, tal y cómo ella se manifiesta y debe manifestarse legítimamente en los momentos cruciales de la historia de un país soberano y libre.
La soberanía comienza con la libertad del pueblo. La soberanía se consolida cuando un pueblo escoge su destino.
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Excelente artículo, muy impecable